𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐

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Después de la clase de Pociones, Harry no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Amortentia le había revelado algo que lo atormentaba profundamente. ¿Cómo era posible que su aroma más deseado fuera el de Draco Malfoy? Durante años, lo había considerado un enemigo, una espina constante en su costado, alguien con quien nunca podría tener algo en común. Y ahora, una poción le estaba diciendo que, en lo más profundo, deseaba algo de él. Harry no lo entendía.

Esa noche, en la Sala Común de Gryffindor, Hermione y Ron estaban sumidos en sus deberes. Hermione repasaba una pila de pergaminos sobre Encantamientos avanzados, mientras Ron luchaba por mantener la concentración en un ensayo de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry, por otro lado, no podía dejar de darle vueltas a lo que había ocurrido en Pociones.

—¿Qué te pasa, Harry? —preguntó Hermione sin apartar la vista de su libro—. Has estado distraído desde la clase de Snape.

Ron levantó la vista y asintió con la cabeza, masticando un trozo de tarta de calabaza.

—Sí, estás más callado que de costumbre. ¿Es por lo de la Amortentia?

Harry se tensó. No quería compartir con ellos lo que realmente había olido. Aún no estaba listo para afrontar eso.

—No, no es nada —dijo rápidamente—. Solo estoy cansado. Ha sido un día largo.

Hermione lo miró de reojo, claramente no convencida, pero no insistió. Ron, por su parte, le dio una palmada en el hombro.

—Bah, no te preocupes, amigo. Snape siempre hace que el día se sienta más largo de lo que realmente es.

Harry intentó sonreír, pero en su mente seguía rondando el pensamiento de Draco. ¿Por qué tenía que ser él? Su estómago se revolvía cada vez que lo pensaba. No podía decirles la verdad a Ron y Hermione; lo verían como una locura. Después de todo, Malfoy era su enemigo, alguien en quien no podía confiar. Y sin embargo, algo en el fondo de su ser estaba comenzando a despertar una curiosidad perturbadora.

Las noches siguientes no mejoraron. Cada vez que se cruzaba con Draco en los pasillos o lo veía durante las comidas, el mismo aroma volvía a invadirlo. Era imposible ignorarlo, como si su cuerpo reaccionara antes que su mente. Incluso las interacciones más pequeñas con él, como cuando sus miradas se cruzaban por accidente, parecían llenas de una tensión que Harry no podía entender, pero que lo atraía de manera incómoda.

¿Qué significaba todo esto?

Dos días después, en la Biblioteca de Hogwarts, Harry intentaba concentrarse en su trabajo. Sabía que tenía que investigar más sobre las Horcruxes, pero su mente seguía desviándose hacia lo ocurrido en Pociones. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó a Draco Malfoy hasta que ya era demasiado tarde.

Draco estaba sentado en una mesa cercana, inclinado sobre un libro, su expresión seria y concentrada. Harry lo observó de reojo, sintiendo ese extraño tirón que lo había estado persiguiendo desde la clase de Snape. El aroma de Malfoy parecía impregnar el aire, y Harry se encontró respirando más profundamente sin darse cuenta, dejándose envolver por esa fragancia tan extraña y familiar.

No puedo seguir así, pensó Harry, apretando los dientes. No podía permitirse seguir obsesionado con Malfoy. Tenía cosas más importantes en las que centrarse: la misión de Dumbledore, la amenaza de Voldemort, las Horcruxes. Pero mientras lo pensaba, su cuerpo se levantó casi por inercia. Antes de que pudiera detenerse, estaba caminando hacia la mesa de Draco.

—¿Qué te traes entre manos, Malfoy? —preguntó Harry en voz baja, interrumpiendo el silencio de la biblioteca.

Draco levantó la vista lentamente, sorprendido al principio, pero luego su rostro se torció en una sonrisa sarcástica.

—¿Potter? —dijo con un tono de burla—. ¿Qué haces aquí? ¿Vigilándome otra vez? Qué sorpresa, siempre metiendo la nariz donde no te llaman.

Harry apretó los puños, su mente ya demasiado agitada como para tolerar los comentarios mordaces de Draco. Pero había algo diferente esta vez. Aunque la mirada de Malfoy era tan fría y distante como siempre, Harry no pudo evitar sentir que había algo más en él, una especie de tensión que Draco estaba tratando de esconder. Lo había visto en las últimas semanas: las sombras bajo sus ojos, la forma en que evitaba a sus amigos, como si estuviera cargando con algo pesado.

—Sé que estás tramando algo, Malfoy —dijo Harry, su voz baja pero firme—. No sé qué es, pero lo averiguaré.

Draco soltó una risa amarga, pero no se movió de su lugar.

—¿Siempre tan heroico, Potter? —respondió con desdén—. ¿Siempre tan desesperado por salvar el día? Quizás deberías preocuparte más por ti mismo y menos por mí.

Harry sintió un nudo en el estómago. El desprecio en las palabras de Draco no lo afectaba como antes. De hecho, había algo extraño en el tono que usaba, como si estuviera más molesto de lo que quería admitir. Pero antes de que pudiera responder, Draco se levantó de su asiento, recogió su libro y lo cerró con un golpe seco.

—Aléjate de mí, Potter —dijo con una mirada peligrosa, aunque había algo más profundo en sus ojos, algo que Harry no lograba descifrar—. No tienes idea de lo que está pasando.

Harry lo observó alejarse, su corazón latiendo rápidamente. La sensación de incomodidad aumentaba. ¿Qué estaba pasando con él? ¿Por qué no podía dejar de observarlo, de intentar entender lo que escondía Malfoy?

Cuando regresó a su mesa, Hermione lo miraba con curiosidad, pero no dijo nada. Harry no le prestó atención. Sabía que no había resuelto nada con Draco. De hecho, ahora estaba aún más confundido. Algo estaba ocurriendo, tanto dentro como fuera de él, y no sabía cómo manejarlo.

Esa noche, cuando intentó dormir, el aroma de la Amortentia volvió a su mente, tan fuerte como si lo estuviera respirando en ese mismo momento. Malfoy, siempre Malfoy. Era una constante en su cabeza, un enigma que lo estaba llevando al borde de la desesperación. Y aunque intentaba negarlo, en lo más profundo sabía que no era solo una obsesión por descubrir lo que Draco estaba tramando.

Era algo más.

𝐄𝐋 𝐀𝐑𝐎𝐌𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐀𝐌𝐎𝐑𝐓𝐄𝐍𝐓𝐈𝐀 →ᴅʀᴀʀʀʏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora