Capítulo 1: Ecos de lo Salvaje

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Alastor caminaba despreocupado por el centro del Infierno, sus pasos ligeros resonando en el bullicio de las calles. La vida infernal seguía como de costumbre, con demonios deambulando entre luces de neón, tráfico de almas perdidas y todo tipo de caos en el aire. Alastor no tenía prisa. Esa noche, planeaba visitar a Rosie en el Barrio Caníbal, su pequeña amiga con la que siempre intercambiaba chismes y sonrisas maníacas.

Sin embargo, algo interrumpió su calma. Un zumbido eléctrico familiar llenó el ambiente. Alastor sintió la vibración antes de ver la figura que la producía. Se detuvo por un segundo, sus ojos rojos observando los destellos de luces que parecían seguirle como sombras. Sabía exactamente quién era.

Vox.

La gran cabeza de pantalla del demonio apareció de entre las sombras, rodeado de pequeños destellos de estática. Había conseguido rastrearlo, como lo hacía con tanta frecuencia desde su regreso. Vox parecía siempre obsesionado con encontrar a Alastor, con iniciar algún tipo de enfrentamiento. Era como si no soportara que el "venado" siguiera caminando libre por el Infierno, sin interés alguno en su supuesto dominio tecnológico.

—"Alastor," —la voz de Vox resonó en el aire como una transmisión fallida—. "Debiste saber que tarde o temprano volveríamos a encontrarnos."

Alastor no se detuvo del todo, pero tampoco mostró prisa. Aunque podía sentir la tensión en el ambiente, el cazador que habitaba dentro de él sabía cuándo elegir sus batallas. Vox estaba aquí para provocar, pero Alastor no tenía intención de complacerlo.

—"Vox, viejo amigo," —dijo Alastor con un tono casi burlón, sin siquiera voltear a mirarlo—. "Siempre tan predecible... ¿Qué te trae por estas calles tan concurridas? ¿No deberías estar cuidando de tu reino de cables y pantallas?"

Vox dio un paso adelante, las luces de los postes de neón titilando a su alrededor mientras su furia se acumulaba. Alastor era el único que lograba sacar de él esas emociones humanas que tanto intentaba reprimir tras su máscara tecnológica.

—"No finjas que puedes seguir ignorándome," —dijo Vox, su voz cargada de estática—. "Sabes muy bien que no permitiré que vagues por mis territorios como si nada hubiera pasado."

Alastor rió suavemente, un sonido que resonó en la noche, tan siniestro como encantador. Pero no se detuvo. Seguía su camino, sus pasos ligeros como si no hubiera ninguna amenaza en su camino.

—"Oh, pero no estoy en tu territorio, Vox," —respondió Alastor con una sonrisa aún más ancha—. "De hecho, me dirijo al Barrio Caníbal... Ya sabes, a un lugar donde realmente se aprecie lo 'vintage'. Rosie estará encantada de verme."

La mención de Rosie hizo que Vox frunciera aún más su inexistente ceño. Sabía que Alastor tenía aliados que, a pesar de su naturaleza sádica, no compartían el deseo de Vox de imponer una estructura tecnológica a todo el Infierno. Y eso lo enfurecía. Cada palabra de Alastor lo hacía hervir más.

—"No te equivoques," —dijo Vox, su tono ahora más oscuro—. "Te sigo de cerca porque sé que un día cometerás un error. Y cuando lo hagas, estaré allí para acabar contigo."

Alastor finalmente se detuvo. Giró su cabeza ligeramente, lo suficiente para que sus ojos rojos brillaran bajo las luces intermitentes de las pantallas. La sonrisa seguía en su rostro, pero había un filo más afilado en su expresión.

—"Vox, querido, si yo quisiera una pelea contigo, ya habría comenzado una," —respondió con suavidad—. "Pero hoy... hoy simplemente no estoy de humor. Así que, ¿por qué no te ahorras la energía para tus amigos Velvett y Valentino? Estoy seguro de que te necesitan más que yo."

Vox apretó los puños, aunque sabía que, en ese momento, no iba a conseguir nada. Alastor siempre sabía cómo deslizarse fuera de las situaciones, como el cazador astuto que era. Pero eso no significaba que el demonio de la pantalla fuera a renunciar.

—"Un día, Alastor," —murmuró Vox, sus ojos llenos de estática fija en el venado que se alejaba—, "un día."

Alastor, sin molestarse en dar respuesta, siguió su camino hacia el Barrio Caníbal. Sabía que su antiguo amigo no lo dejaría en paz tan fácilmente, pero también sabía cuándo elegir sus batallas. Y hoy, simplemente no valía la pena. Había asuntos más interesantes que atender... y Vox no era más que un obstáculo temporal en su entretenida vida en el Infierno.

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