cap 4

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Narrado por Aurora

Desde el primer momento en la clase, sentí la incomodidad como una segunda piel.
La ropa que Abigail me había insistido en que usara me hacía sentir expuesta, vulnerable... como si no fuera yo.
Pero no iba a darle la satisfacción de verme huir, así que apreté los dientes y aguanté hasta el final.

Cuando todo terminó, llevé a Emily a su casa y luego conduje a la mía, con la cabeza dando vueltas.
Apenas entré, mi celular vibró en el bolsillo trasero.

Fernando: Hola, Aurora. ¿Tienes planes esta noche?
Aurora: Hola, Fer. No, estoy libre.
Fernando: ¿Te gustaría salir a un antro fuera de la ciudad?
Aurora: Claro, ¿a qué hora?
Fernando: ¿A la 1 a.m.?
Aurora: Perfecto. Antes de esa hora todo es demasiado aburrido.

La noche era joven y mi mente pedía un escape.
A las 23:30 empecé a arreglarme, maquillándome con calma. Cuando terminé, eran las 00:40.
Le mandé un mensaje a Fernando: Ya estoy lista.

Cinco minutos antes de la 1, él estaba en mi puerta.

—Hola... estás preciosa —dijo, mirándome como si el tiempo se hubiera detenido.

Vestía un vestido blanco ajustado, con dos tiras finas a los costados, una campera negra corta y unos zapatos plateados que relucían bajo las luces tenues de la calle.
Me sentía fuerte, invencible... aunque por dentro estuviera un poco rota.

—Hola, tú también te ves muy bien —sonreí, subiendo a su auto.

El viaje fue un silencio compartido, pero no incómodo.
Me limité a mirar por la ventana, observando cómo la ciudad se desdibujaba en las luces nocturnas.

Cuando llegamos, el antro ya latía como un corazón salvaje.
Nos dejamos arrastrar por la música, perdiéndonos en la pista.
Después de un rato, pedimos bebidas y nos refugiamos en una de las mesas, sudorosos y riendo.

—¿La estás pasando bien? —preguntó Fernando, acercándose para hablarme al oído.

—Sí, genial —respondí, sintiendo el alcohol aflojar las amarras de mis pensamientos.

Ya habíamos bebido más de lo recomendable, pero estábamos disfrutando.
Le agarré la mano, tirando de él.

—Vamos a bailar.

Asintió, y volvimos a perdernos en el ritmo.

Entre un giro y otro, una chica tropezó conmigo, casi derramando su bebida.

—¡Perdón! —balbuceó, tambaleándose.

—No pasa nada —le dije, sonriendo con educación.

La seguí con la mirada, notando lo ebria que estaba.
La vi acercarse a una chica rubia, tomarla de la cara y besarla de golpe antes de desaparecer juntas en la multitud.

Algo dentro de mí vibró extraño, pero lo ignoré.

—Voy al baño —le dije a Fernando.

—Ok, aquí te espero —respondió.

El baño estaba repleto de risas, perfumes y charlas ahogadas.
Hice mis necesidades y, al salir, me encontré con una escena que me dejó helada.

Allí, en un rincón, estaba Abigail.
Ella y la chica ebria se besaban con hambre, como si el mundo a su alrededor no existiera.
La imagen me golpeó en el estómago.
No entendía por qué, pero dolía.

La chica se separó.

—Te veo afuera, amor —dijo, acariciándole la mejilla.

—Sí, mi amor. No tardo —murmuró Abigail, sonriendo.

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