Capítulo Uno

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Algunas noches eran infernales.

–¡Ohm!

Oyó la voz conocida y almibarada y supo que tenía que estar soñando porque Maria llevaba mucho tiempo muerta. Estaba solo en la cama, algo poco corriente, e hizo un esfuerzo para
despertarse mientras amanecía en Roma.

–¡Ohm! –volvió a llamarle ella.

Bajó la mano, comprobó que no tenía el miembro duro, lo cual era un triunfo, y esbozó una sonrisa sombría mientras le decía en silencio que ya no se le ponía duro por ella.

Maria le dio una bofetada. Llevaba el anillo de su madre y se llevó la mano a la cara porque la herida se le había abierto. Tenía la mejilla abierta y la sangre le corría entre los dedos.

Ohm luchaba consigo mismo incluso en sueños. Sabía que
estaba soñando porque la pelea con Off había sido en el
cementerio; la herida de la mejilla era posterior a que Maria estuviese bajo tierra. Todo el mundo había dicho que él había tenido la culpa de su muerte.

Por eso estaba allí, unos quince años después, en una de las suites presidenciales del hotel Grande Lucia de Roma. Off di Slade estaba pensando comprarlo y eso significaba que estaba en lo más alto de la lista de cosas que él tenía que conseguir.
Hizo un esfuerzo para despertarse y miró el reloj de la mesilla.

Apagó el despertador porque ya no lo necesitaba, no volvería a dormirse. Sabía por qué Maria estaba otra vez en sus sueños. En realidad, no los había abandonado nunca, pero el sueño había sido
muy vívido y él lo atribuía a que Off y él estuviesen en el mismo hotel.

Oyó que llamaban levemente a la puerta de la suite y que
intentaban meter en silencio el carrito con el desayuno.

–Puzza!

Ohm sonrió cuando oyó la maldición de el mozo, que se
había tropezado con algo, y supo, por la palabra, que era siciliano.

Había dejado abierta la puerta del dormitorio principal, pero él volvió a llamar.

–Adelante.

Estaba más que acostumbrado al servicio de habitaciones. No solo estaba pensando en comprar ese hotel, también era el propietario de varios establecimientos de primera categoría. Cerró los ojos para indicarle que no quería conversación.

Fluke vio que él no se había movido para sentarse y no le dijo «buenos días». Las normas eran muy claras en el Grande Lucia y los empleados estaba muy bien formados. A él le encantaba su trabajo y, aunque no solía llevar los desayunos, le habían pedido que llevara ese antes de que terminara su turno de noche. Lo habían llamado tarde, la noche anterior, y se había perdido el
relevo, cuando les informaban de los clientes importantes, de sus características y de sus peticiones concretas.

Naturalmente, él sabía que cualquier huésped que estuviera en la suite presidencial era un huésped importante. Además, había comprobado su nombre
en el pedido de su desayuno.

Era el señor Ohm Thitiwat.
Todo lo silenciosamente que pudo, abrió unas gruesas cortinas y las contraventanas para que el huésped, cuando se incorporara, pudiera ver Roma en todo su esplendor matinal.

¡Y menudo día tan espléndido iba a resultar!

A Fluke le pareció como si se abriera el telón de un teatro y
apareciera un escenario maravilloso. Había muy pocas nubes y se disiparían enseguida porque iba a ser un día caluroso de verano. El
Coliseo parecía sacado de una postal y su belleza hacía que se le pusiera la carne de gallina. Efectivamente, era un gran día porque, si no hubiera tomado una decisión complicada y no hubiese
rechazado el deseo de su familia para que se casara con Alex, ese día habría sido la víspera de su primer aniversario de matrimonio.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora