Capítulo Once

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A Fluke le espantaba ese trabajo. Aunque, naturalmente, intentaba que no se le notara.

Por mucho que limpiara el mugriento bar que había a las afueras de su pueblo, las superficies no brillaban y la moqueta seguía pringosa. Aun así, prefería limpiar cuando el bar estaba vacío que cuando estaba abierto.

Se decía que era un trabajo y un techo, aunque no duraría
mucho.

Pino, su jefe, ya lo había advertido de que era un empleo temporal y en ese momento, cuando estaba embarazado de seis meses, seguía sin saber dónde viviría cuando naciera le bebé, pero estaba seguro de que no sería en casa de sus padres.

Fluke había dejado su casa con deshonra y había vuelto con escándalo. Sus padres, después de mucho dolor, le habían pedido al sacerdote que hablase con él. El sacerdote le había dicho que
había parejas que querían tener un hijo como fuera y que podrían proporcionarle una vida fantástica.

Se produjo una discusión cuando le dijo a su familia que él se ocuparía de su hijo y no había vuelto a verlos casi desde entonces.

La madre de Plan había entrado en razón después de que naciera Lucia, pero él sabía que no pasaría lo mismo con sus padres, y no podía quedarse allí.

Aunque Pino le diera trabajo, no quería criar a su bebé en un cuarto encima de un bar como ese.

Además, Pino le daba escalofríos. Por eso, subió a su pequeño dormitorio en vez de trabajar en su día libre, como solía hacer.

–¿Adónde vas? –le preguntó Pino–. Es hora de abrir.

–Es mi día libre –le recordó Fluke.

–Bueno, necesito que trabajes.

Pino, que no esperaba una discusión, se encogió de hombros y fue a abrir la puerta principal.

–Tengo una cita en el pueblo –replicó Fluke–, en el hospital. Es mi control semestral y no puedo saltármelo.

Era mentira. Había visitado un par de veces a su médico de familia de toda la vida, pero no se lo había dicho a Pino. Subió, se lavó lo mejor que pudo en el pequeño cuarto de baño que compartía con Pino y se puso un traje negro, unas botas y una chaqueta
ligera.

Cuando bajó, oyó que Pino estaba hablando con uno de los clientes habituales y esperó poder escabullirse.

–¡Fluke!

Él lo llamó justo cuando había llegado a la puerta.

–Ya sabes que tienes que estar a las cinco.

Iba a estar muy justo de tiempo. Casta estaba a tres horas en tren, no sabía cuánto se tardaba desde la estación hasta el antiguo convento y tampoco sabía cuánto duraría la entrevista, pero tenía esperanza por primera vez desde hacía meses.

Una mujer que llevaba algunos suministros al bar le había hablado del antiguo convento de Casta. Era un centro de salud y descanso muy caro y estaban buscando mozos internos.

–Es fantástico. Solo se quedan con los mejores productos –la mujer había mirado a Pino con desprecio–. Él se queda con las inmundicias. Deberías llamarlos. La gobernanta es una mujer que se llama Karmela. Mi sobrina trabajó allí. La aceptaron cuando
estaba embarazada y siguió trabajando durante dos años después de que naciera el bebé

–¿Vivió allí con su hijo?

El corazón se le aceleró tanto que debió de despertar a su hijo porque notó las pataditas.

–Sí. Trabajaba mucho, desde luego, pero le encantaba. Ponte lo más guapo que puedas, es muy elegante.

La entrevista telefónica había salido muy bien y en ese momento, cuando el tren pasaba por un túnel, buscó un peine en el bolso. Le encantaría hacer algo más, pero no tenía nada más que hacer.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora