Capítulo Diez

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Afortunadamente, sus compañeros de piso estaban trabajando cuando llegó y pudo derramar todas las lágrimas que había estado conteniendo. El día anterior había sido el día más feliz
de su vida, pero ese día le parecía el peor.

Había vivido tres meses sabiendo que podía perder el empleo por lo que había pasado entre Ohm y él, pero nunca se había imaginado que la situación llegase a ser tan dolorosa y humillante.

Además, seguía sin entender que el anillo hubiese aparecido en el bolsillo de su uniforme. Lo habían calificado de ladron y fulano, y no lo habían hecho solo sus compañeros, lo había hecho el propio Ohm.

Sin embargo, todavía era peor cómo lo había mirado, como si no hubiese esperado otra cosa de él. Había visto por primera vez al hombre que todo el mundo decía que era, frío y despiadado, pero no era el Ohm que él conocía.

Se desvistió para ponerse la camiseta que usaba para dormir, se soltó el peinado y se encontró algo entre los mechones. Era una flor. El
tallo estaba retorcido, pero la flor seguía estando perfecta. Se acordó de lo que le había dicho él, que le había dejado las flores para que supiera que estaba en el hotel, y estuvo tentado de aplastar la rosa y tirarla a la basura, pero no pudo. Era lo único que
le quedaba de él, el único recuerdo tangible de un momento en el que la vida había sido casi perfecta.

Por eso, la metió entre las
hojas de su diario, lo cerró y lo guardó debajo del colchón para conservar esa belleza efímera.

Las cosas no habían mejorado por la mañana. Si acaso, las cosas
empezaron a empeorar durante los días siguientes. Había sido increíble trabajar en el Grande Lucia y Benita tenía razón, conseguir un trabajo en un hotel de su categoría iba a ser difícil, si no imposible.

No contestaron las llamadas telefónicas que hizo o le dijeron que mandara un currículum y referencias. Sabía que tenía que ir a la
biblioteca para usar el ordenador, pero hasta eso le parecía desalentador.

–¿Ha habido suerte? –le preguntó Teresa, su compañera de piso,
cuando volvió de otra búsqueda de trabajo infructuosa.

–No. No contratan a nadie ni en los cafés.

–Tienes un mensaje de una mujer que se llama Bernadetta. Ha dicho que la llames, es posible que sea algo de trabajo...

¿Bernadetta...? Frunció el ceño al leer el mensaje y la llamó.

Bernadetta era la jefa de Plan y quien le hizo trabajar como una mula aquella noche en el salón de baile. Quizá se hubiese enterado y estaba llamándolo para ofrecerle trabajo.

Fue una esperanza vana y muy fugaz porque le bastaron dos minutos de conversación para darse cuenta de que, efectivamente, Bernadetta se había enterado de que lo habían despedido y de que
estaba hablando con él solo porque tenía que hacerlo.

–El sultán Mean me ha pedido que te llame –le explicó Bernadetta–. Yo le dije que no sabía si se te podía confiar algo tan confidencial,
pero él se empeñó.

–No entiendo.

–Ha pedido a Matrimoni di Bernadetta que organice su boda.

–¿Su boda? ¿Con quién va a casarse?

–Con Plan, pero él no lo sabe todavía.

Fluke, completamente atónito, se quedó con el teléfono en la
mano.

–¿Con Plan...? –preguntó Fluke aunque Bernadetta ya estaba en otra cosa.

–La boda va a ser el sábado en el Grande Lucia. Como eres amigo íntimo de Plan, el sultán quiere que estés allí. También quiere que te ocupes de que el sábado esté en casa cuando él lo llame.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora