Capítulo Tres

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Habia un espacio entre sus torsos, pero Fluke se sentía tan en sintonía con él que era como si sus cuerpos se tocaran. Sabía que había llegado el momento de marcharse o quedarse.

Incluso en ese punto, podía quitarle importancia y despedirse... o podía
encontrarse con esos labios y descubrir el placer. Le había aterrado besar a Alex, por no decir nada de tener relaciones sexuales.

En ese momento, no sentía miedo.

A los veintitrés años, cuando se marchó de casa, lo consideraron una deshonra para la familia por no comprometerse. Ya tenía
veinticuatro años y no había deshonra posible. Era mejor que sus sueños y mucho mejor que la realidad de la que había escapado.

–Ven.

Él levantó la mano y le bajó la cabeza. Fluke había evitado siempre ese contacto, pero, en ese momento, lo anhelaba. Su boca era suave y la sombra de su piel no le hizo cosquillas, era áspera y
deliciosa, como el deseo que crecía dentro de él. En vez de resistirse, separó los labios con avidez. Se paladearon el uno al otro y se encendieron el uno al otro, pero no solo con las bocas. Él estaba acariciándole un pezon por encima de la tela de su camisa y le pasaba el pulgar por encima con precisión. Fluke anhelaba la cama, la cama de él.

Se apartó y sabía que incluso en ese momento podría marcharse sin haberse dado nada más que un beso.

–Sabes a especias –comentó él.

–Y tú sabes dulce.

–Pero no lo soy –le avisó él.

–Estoy trabajando.

Se metería en un lío espantoso si alguien se enteraba.

–Terminaste hace una hora –le recordó él.

Entonces, Ohm alargó un brazo y él oyó el chasquido del botón que encendería la señal de «No molestar» por fuera.

–Llevo el uniforme...

–Perfecto.

Fluke sospechó que lo consideraba experimentado. Quizá fuese el momento de decirle que no lo era, que, en realidad, lo que estaba
ocurriendo esa mañana era algo que no le había pasado jamás. Sin embargo, sabía que eso cambiaría las cosas y no cambiaría nada de ese hombre ni de esa mañana, aunque pudiera. Se preguntó si estaría otra vez en esa cinta transportadora porque se acercaba a él sin poder evitarlo y, cuando lo dirigió para que se sentara sobre su
abdomen, él fue sin pensárselo dos veces.

Ohm se miró los dedos mientras le desabotonaba la camisa del uniforme y dejaba al descubierto su camiseta tan desgastada que parecía
que los pezones iban a atravesar la tela. Le tocó con ambas manos y quiso que él terminara de quitarse el toda la ropa, pero cerró los ojos por el placer que le daban sus caricias.

–Suéltate el pelo –le pidió él.

Quería poder ver su pelo en todo su esplendor cuando lo tomara con la boca. Lo empujó hacia atrás con delicadeza hasta que estuvo
sentado en sus muslos y arrastró la sábana con él. Vio su erección y, como era la primera vez, la tomó con la mano.

–Fluke.

Él no quería unos dedos curiosos aunque se endureciera más.

Sin embargo, estaba como hipnotizado mientras miraba cómo lo acariciaba.

Solo tocarlo era irresistible. Su piel suave contrastaba con la fuerza de su mano y el deseo parecía desatarse dentro de él a medida que lo agarraba con más firmeza.

–Suéltate el pelo –repitió él.

A Fluke, sin embargo, le daban igual sus órdenes porque no era el único que estaba dominado por el deseo. Tenía los calzoncillos tensos y muy húmedos y anhelaba sentirlo ahí dentro, quería levantarse y quitárselas, pero sentía como si sus piernas estuviesen clavadas a los muslos de él.
Le pasó un dedo por la punta hasta que dejó escapar una gota perlada y un gemido que hizo que él se pusiera de rodillas.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora