Capítulo Trece

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Los dos prefirieron dejarlo ahí. Era tarde y estaba oscuro, y sintieron cierto alivio cuando el coche salió del túnel de árboles y el
convento apareció ante ellos, aunque ninguno lo dijo. El edificio antiguo era una visión tranquilizadora.

–¿Adónde vamos? –preguntó Fluke cuando se desviaron y
tomaron un camino adoquinado que llevaba hacia el mar.

–¿Creías que iba a meterte en una celda?

A Fluke se le escapó una risa que no sabía que le quedaba
dentro.

–Sinceramente, no me importaría.

–Bueno, en vez de eso, voy a recluirte.

–Me parece bien.

El coche aparcó delante de un edificio espacioso y él pensó en aquellos días, cuando las monjas debían de ir allí de retiro.

Afortunadamente, nadie salió para abrir las puertas del coche.

Ohm tomó la bolsa de viaje y lo llevó hasta la puerta, que abrió él mismo.

–¿Es tu casa? –preguntó Fluke mientras entraba.

Aunque no se había parado a mirar con detenimiento, le parecía evidente que era una casa.

–Sí –contestó él.

–Creía que habías dicho que ibas recluirme.

–Para eso servía este sitio. Es mi sitio favorito.

Fluke podía entenderlo. Era, a falta de una palabra mejor, un sitio impresionante. Los muros de piedra tenían el atractivo del pasado y
la inmensa sala tenía unas vistas perfectas del mar. Los muebles eran modernos, aunque se mezclaban muy bien con el entorno, y había un sofá de cuero enorme en el que le encantaría tumbarse, aunque no estaba dispuesto a vivir con él ni mucho menos.

–Quiero estar solo.

–Me lo imaginaba. Había pensado alojarte en una de las suites más apartadas que reservamos para miembros de la realeza y clientes así.

–¿Y por qué no lo has hecho?

Ohm contestó con otra pregunta.

–¿Para cuándo lo esperas?

–Para dentro de un par de meses, para finales de marzo.

–Eso son solo seis semanas y, al parecer, no nos sienta bien estar separados.

Podía notar que estaba agotado y no era justo hablar de eso esa noche.

–Te acompañaré a tu cuarto.

Él abrió los ojos de asombro, lo justo para que él lo viera.

–No soy un malnacido absoluto, Fluke.

–Nunca he dicho que lo fueras, ni remotamente.

Lo siguió por un largo pasillo y Ohm recordó que,
efectivamente, no lo había dicho.

–Puedes relajarte aquí –le explicó él–. Tienes tu propia piscina...

–¿Las monjas nadaban?

–No –él no estaba de humor para sonreír con sus chistes, pero estuvo a punto de hacerlo–. Las he construido yo.

No estaba acostumbrado a eso ni a nada parecido. En su
momento sería un lugar para el recogimiento y podía seguir
siéndolo en ese momento, pero tenía una cama con aspecto de ser comodísima y un cuarto de baño tan grande que iba a necesitar un
mapa para encontrar la salida.

–¿Quieres comer conmigo? –le propuso él.

–No.

–Entonces, le diré a Karmela que te traiga la cena y que te
deshaga el equipaje.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora