Capítulo Doce

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—¡Buon compleanno!

–Grazie.

Ohm respondió mecánicamente cuando su secretaria le deseó un cumpleaños feliz. Era nueva y no era de ese pueblo, y,
naturalmente, no sabía que no había cumpleaños felices para él. Al fin y al cabo, había sido el día que había muerto su madre.

Esperaba que él dejara las cosas ahí, pero, como él había pasado fuera unos días, tenían que ponerse al tanto.

–¿Qué tal la reunión en Roma? –preguntó él.

–Bien.

Había vuelto tres veces desde la boda y aunque ya no pensaba comprar el Grande Lucia, le había dicho a su secretaria que le hiciera la reserva allí por trabajo. Desde luego, no había sido por
placer.

Roma le había parecido vacía. No había habido ni rastro de Fluke y, dado todo lo que había pasado, se había resistido a preguntar dónde estaba.

Ohm hizo todo lo que pudo para pasar por alto la fecha y se ocupó de lo más importante, pero a la hora de la comida cedió y pulsó el intercomunicador.

–Pídeme el coche.

Poco después, bajaba por la carretera privada que había
construido cuando compró el convento y se dirigía hacia el pueblo. Aparcó al lado de la iglesia y tomó el camino de grava hasta la tumba. Ya iba muy poco por allí. Había visitado la tumba de Maria
de vez en cuando, más por remordimiento que por dolor, pero ese día no había ido a visitar a Maria.

De niño, visitaba algunas veces la tumba de su madre, pero no tenía recuerdos ni encontraba consuelo. Ese día tampoco lo encontró, solo tuvo remordimientos, que era con lo que se había criado. Era un remordimiento que el tiempo no borraba porque su
mera existencia le había privado a ella de la vida.

La lógica intentó decirle que eso no era verdad.

Su madre no le había contado a nadie que estaba esperando un hijo y había hecho todo lo que había podido para que no se le
notara. Había dejado de comer hasta que un día se desmayó.

Había llegado al convento débil y hambrienta.

El antiguo convento ya no estaba consagrado, pero para él seguían vigentes las leyes de entonces y se daba apoyo a las madres y padres solteros que querían trabajar allí.

Si su madre hubiese llegado antes...

–Tengo tu anillo –le dijo él.

Sin embargo, los árboles no se agitaron de repente y los pájaros siguieron cantando como antes. No hubo ninguna señal de que ella lo hubiese oído.

Lo sacó del bolsillo y se acordó de cuando Off fue a visitarlo para pedirle la dirección de Plan. Entonces, tuvo la ocasión de pedirle la única cosa que él apreciaba. Ya no la apreciaba tanto.
Miró la esmeralda y las perlas, pero no vio la belleza, vio la maldición. Las dos personas a las que había amado lo habían llevado puesto cuando murieron.

También se acordó de Fluke, de cuando dio la vuelta al bolsillo y lo enseñó en su mano, y de las palabras despiadadas que él le había dicho. Naturalmente, le había
mandado las flores por su cumpleaños, pero, en aquel momento, le pareció más fácil mentirle que reconocer el cariño.

Le había perdido por ese anillo.

Lo que había sido vital en un momento, no tenía ningún sentido en ese. Tomó el pequeño anillo y lo tiró porque solo había significado dolor y destrucción.

Tenía que saber qué tal estaba, tenía que saber que Fluke estaba bien.

Él estaba siendo el stolto en ese momento porque estaba
tomando las curvas demasiado deprisa. Llegó al convento y dejó el coche en la puerta con el motor encendido.

03- Deshonra y adoración Donde viven las historias. Descúbrelo ahora