Fui llamada por el director de la universidad, y el nudo en mi estómago se hizo más fuerte a medida que me acercaba a su oficina. Golpeé suavemente la puerta antes de entrar y me senté en la silla frente a su escritorio, intentando controlar la ansiedad que me recorría.
El director, un hombre de rostro serio pero compasivo, levantó la mirada de su computadora y respiró hondo.
—Mire, Sofía, algunos padres han llamado para solicitar que se la suspenda de la universidad —dijo, su voz grave llenando la sala.
Mi corazón se hundió. Eso solo significaba que muchos padres habían visto la foto que Javier había hecho circular. Sentí que el mundo se me venía abajo nuevamente.
—No me suspenda, por favor —imploré, sintiéndome vulnerable y a la vez desesperada por mantener mi lugar en la universidad.
—Solo estará suspendida por algunas semanas, hasta que se calme la situación —respondió con un tono comprensivo— No se preocupe. Puede pedirle a una amiga que le envíe todos los apuntes.
—Muchas gracias, director —dije, intentando sonar agradecida, pero el peso de la situación seguía presionando sobre mis hombros.
Salí de la oficina con el corazón pesado, tratando de limpiar las lágrimas que ya empezaban a asomarse a mis ojos. No iba a llorar por Javier y Valentina, no iba a dejar que se rieran de mí nuevamente. Tenía que mantener la cabeza en alto, y lo más importante, tenía que planear cómo podría salir de esta situación.
En el camino al estacionamiento, el bullicio de la universidad se sentía como un eco lejano. Las miradas que solían ser amistosas ahora eran llenas de juicio y burlas, como si cada persona a mi alrededor tuviera su propia opinión sobre la situación. Pero decidí que no me dejaría afectar más.
Mientras me subía al coche, me di cuenta de que debía formular un plan. Tenía tiempo durante mi suspensión, y en ese tiempo, iba a cambiar las cosas.
Primero, necesitaría tiempo para recuperarme emocionalmente. Ya no iba a dejar que el dolor me definiera. Necesitaba concentrarme en mis estudios y en reconstruir mi confianza.
Pensé que podría organizarme mejor, repasar las materias que había dejado de lado y, quizás, contactar a mis verdaderos amigos, aquellos que nunca me harían daño. Camila iba a ser un apoyo invaluable; ella siempre había creído en mí.
Al llegar a casa, abrí mi computadora portátil y empecé a hacer un esquema de mis metas. La primera en la lista: establecer un contacto con mis amigos más cercanos.
Después de un rato, decidí enviarle un mensaje a Camila. "Hola, ¿podemos hablar? Necesito tu ayuda." Ella estaba siempre lista para ayudar, y sabía que merecía mi confianza.
Mientras esperaba su respuesta, me sentí un poco más ligera. Había tomado una decisión. No me dejaría vencer. Me negaba a ser solo un chisme y un motivo de risa. La noche iba a ser diferente; estaba decidida a darme una nueva oportunidad.
Unos minutos después, recibí un mensaje de Camila. "Claro, ¿te parece si paso por tu casa en un rato?" Su respuesta me llenó de alivio. Sabía que podría contar con ella para enfrentar cualquier adversidad.
Mientras esperaba, comencé a reflexionar sobre lo que había pasado con Javier. Me sentía herida, traicionada, pero ya no iba a dejar que eso me consumiera. Tenía que recordar quién era antes de la tormenta. Era una estudiante inteligente, con sueños y aspiraciones, y tenía que pensar en mi venganza.
ESTÁS LEYENDO
Llámame Daddy
RandomDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...