Capítulo 12: Un Encuentro Estratégico

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La mañana llegó demasiado rápido

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La mañana llegó demasiado rápido. Apenas había dormido, pero no podía darme el lujo de perder la oportunidad que llevaba toda la noche planeando. Sabía que Sebastián Salazar visitaba la universidad una vez a la semana para "supervisar" el comportamiento de Javier. No tenía idea de si hoy sería ese día, pero no me importaba. Si tenía que venir todos los días hasta que lo encontrara, lo haría.

Me arreglé con esmero, escogiendo un maquillaje sutil pero favorecedor. Usé mi perfume favorito, dulce y tentador, el mismo que usaría si estuviera saliendo en una cita con alguien especial. Incluso apliqué un poco de colonia en mi cabello; quería que todo en mí exudara perfección.

Cuando estuve lista, tomé un taxi directo a la universidad. No podía acercarme demasiado; no quería que Javier me viera. Sabía que, de hacerlo, empezaría con sus insultos o con sus intentos de humillarme, y no podía permitirme perder el control en público.

Desde una distancia segura, observé cómo Javier llegaba, saludando a Valentina. Sus miradas hacia ella, cargadas de deseo descarado, encendieron una chispa de enojo en mi pecho.

—Cálmate, Sofía. No estás aquí por eso —me susurré, respirando profundamente para tranquilizarme.

Esperé unos minutos, lista para irme, cuando lo vi. Sebastián Salazar. Estaba allí, despidiéndose de Javier mientras este entraba a la universidad junto con Valentina. Mi corazón se aceleró al verlo. Alto, imponente, con un porte elegante que parecía atraer miradas sin siquiera intentarlo.

No había planeado que este encuentro sucediera tan rápido, pero no podía dejar pasar la oportunidad. Sebastián se dirigió hacia su auto, y su chofer le abrió la puerta. Lo observé subirse con una precisión casi mecánica, cada movimiento impecable. Y, antes de darme cuenta, una idea completamente loca cruzó mi mente.

Hazlo ahora, Sofía.

Sin pensarlo, corrí hacia el auto, la adrenalina bombeando con fuerza en mi cuerpo. El sonido de mis pasos resonó en mis oídos mientras llegaba justo frente al vehículo. El chofer, sorprendido, frenó en seco, deteniéndose a escasos centímetros de mí.

Sentí que mis piernas temblaban. La realidad golpeó con fuerza: estaba en el suelo. Mi vista se nubló, pero distinguí voces a mi alrededor.

—¡Señor! Juro que no la toqué —dijo el chofer, con un tono lleno de pánico.

—Maldición, Santi. Quizá solo se desmayó por el susto —respondió una voz grave y autoritaria.

Intenté abrir los ojos y, entre la confusión, vi su rostro. Sebastián Salazar estaba frente a mí.

Antes de que pudiera procesar lo que ocurría, sentí cómo me levantaban del suelo. Su voz volvió a escucharse, firme y decidida:

—Tenemos que llevarla a que la revise un médico.

El mundo giraba a mi alrededor mientras me subían al auto. Apenas podía distinguir el ambiente, pero sentí una mano firme en mi cuello, probablemente tomando mi pulso.

—¿A dónde vamos, señor Salazar? —preguntó alguien, seguramente el chofer.

—Llama al médico y dile que vaya a la casa. No podemos llevarla a un hospital. Lo último que necesito es un escándalo en los medios —respondió Sebastián, su tono grave, pero controlado.

Su voz estaba más cerca de lo que imaginaba. Me di cuenta de que aún estaba en sus brazos. Un calor extraño recorrió mi cuerpo, y mi mente, aunque confundida, se aferraba al hecho de que todo iba según lo planeado.

El auto comenzó a moverse, y cerré los ojos, fingiendo inconsciencia. Por dentro, mi corazón latía con fuerza. Estaba entrando en el mundo de Sebastián Salazar, y ahora no había vuelta atrás.

Llámame DaddyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora