Después de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...
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Un escalofrío recorrió mi espalda, y mi mente se llenó de posibilidades. ¿Podría ser que Javier realmente estuviera interesado en mí? Pero antes de que pudiera seguir en ese hilo de pensamientos, la música cambió a una canción más lenta, envolviendo el ambiente en un tono romántico.
Javier miró hacia la pista de baile y, con una sonrisa, me extendió la mano.
—¿Quieres bailar? —preguntó, su mirada profunda y sincera.
Mi corazón se aceleró. Sin pensarlo dos veces, tomé su mano y me dejé llevar hacia el centro de la pista. A medida que la música sonaba, me sorprendí al darme cuenta de que, aunque había tantas personas alrededor, solo él importaba en ese momento.
Javier me guió, y mientras movíamos nuestros cuerpos al ritmo de la música, una sensación de calidez me envolvió. Sus ojos nunca se apartaron de los míos, y cada rayo de luz que iluminaba su rostro hacía que me sintiera más atraída.
—No puedo creer que estés aquí —dijo, rompiendo el silencio— Te he visto en clase, y siempre te he admirado.
Mis mejillas se sonrojaron aún más. Las palabras flotaban en el aire, y yo las asimilaba lentamente.
—Gracias. A veces me siento como un pez fuera del agua en lugares como este —respondí honestamente, mirando hacia el suelo un instante antes de volver a encontrar su mirada.
—A veces, los más introvertidos son los que tienen más que ofrecer. Lo que importa es que te diviertas —dijo Javier, acercándose un poco más, y mi corazón se disparó.
Lo siguiente que ocurrió fue inesperado. Javier se inclinó un poco y, en un susurro, me dijo:
—Me alegra que hayas venido. La fiesta no sería igual sin ti aquí.
Mi mente se nubló con sus palabras. Sentía que cada segundo se estiraba, como si estuvieran solos en una burbuja y el mundo exterior hubiera desaparecido. Era un momento perfecto, pero de pronto, un grito de emoción resonó en el fondo.
—¡Javier! —gritó Valentina, que había aparecido de la nada, con una copa en la mano y una sonrisa que no podía ocultar su diversión— ¿Vienes a hacer una foto con nosotros?
La burbuja en la que estaba envuelta se rompió de inmediato. Su rostro reflejaba confianza, y aunque parecía disfrutar, algo oscuro se anidó en mi pecho. Ella era hermosa y carismática, todo lo que él había estado acostumbrado a tener a su lado.
Notando el cambio en mi expresión, Javier se volvió hacia mí, y la preocupación cruzó su rostro.
—¿Te gustaría venir con nosotros? —preguntó, tratando de incluirme.
Sacudí la cabeza, incapaz de encontrar las palabras. Sabía que no encajaría con ellos, y mi inseguridad se apoderó de mí.
—Mejor ve tú —dije, con una leve sonrisa para ocultar mi desánimo— Lo disfrutarás más.
Él dudó, mirando entre Valentina y yo, y por un instante, parecieron dos mundos completamente distintos. La presión en mi pecho aumentó, y antes de pensar mejor, me di la vuelta y busqué a Camila en la multitud.
Danza de luces y sombras, risas y murmullos me rodeaban, pero me sentía distante, como si flotara por fuera de todo. Entonces sentí una mano en mi brazo. Era Camila, que había notado mi incomodidad.
—Sofía, ¿estás bien? Te vi y... —dijo, con preocupación en sus ojos.
—Solo necesito un momento —respondí, mi voz apenas un susurro.
—Vamos a la terraza. Necesitamos aire fresco —sugirió, guiándome fuera de la casa, lejos de la música ensordecedora.
Una vez en la terraza, la brisa fresca de la noche me golpeó con fuerza. Miré hacia el jardín iluminado de la mansión mientras me esforzaba por controlar mi respiración.
—¿Qué pasó? —preguntó Camila, entrelazando sus dedos— Lo vi hablarte, ¡era increíble!
—Era... demasiado. Eso era lo que era. La forma en que Valentina se acercó a él... No puedo competir con eso, Camila —admití, sintiéndome vulnerable.
Camila me miró fijamente.
—Sofía, no tienes que competir con nadie. Eres increíble tal como eres. Si Javier no puede ver lo que tienes para ofrecer, entonces es su pérdida, no la tuya.