Capítulo 22: Confesiones Inesperadas

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Ver a Sebastián Salazar parado en el centro de mi pequeño apartamento era surrealista

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Ver a Sebastián Salazar parado en el centro de mi pequeño apartamento era surrealista. Su presencia llenaba el espacio, haciéndolo parecer más reducido de lo que ya era. Me crucé de brazos, tratando de mantener la compostura mientras lo observaba inspeccionar mi hogar con una mirada impenetrable.

—¿Qué hace aquí, señor Salazar? —pregunté finalmente, rompiendo el incómodo silencio.

Él giró hacia mí, sus ojos oscuros clavándose en los míos. Había algo diferente en su mirada esta vez, como si estuviera midiendo cada palabra antes de decirla.

—Quería asegurarme de que entendieras que lo que pasó hoy en la universidad no fue casualidad —dijo, su tono firme pero contenido.

Ya lo suponía, pero escucharlo de su boca me hizo sentir una mezcla de gratitud y desconcierto.

—Así que fue usted quien intervino —respondí, sin apartar la vista de él.

—No podía permitir que una injusticia como esa quedara sin resolver. Lo que te hicieron fue inaceptable, y la suspensión fue una decisión absurda —dijo, con una dureza en su voz que parecía dirigida tanto a la universidad como a sí mismo.

Suspiré, soltando un poco la tensión de mis hombros.

—Gracias, señor Salazar. De verdad lo aprecio. Pero no entiendo por qué está haciendo esto por mí.

Sebastián dio un paso hacia mí, su expresión inquebrantable.

—Porque mi hijo es el responsable de lo que te pasó, y no puedo permitir que salga impune. Pero también porque tú no mereces cargar con algo que no fue tu culpa.

Sus palabras me sorprendieron. Había una honestidad en ellas que no esperaba de alguien como él.

—Sé que Javier nunca enfrentará las consecuencias como debería —dije, mi voz más baja—. Pero yo solo quería que me dejaran en paz. No buscaba todo esto.

—Lo sé —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. Por eso quiero asegurarme de que te sientas protegida.

Lo miré, confundida por la intensidad de sus palabras. ¿Protegida?

—¿Protegida de qué?

Sebastián guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando su respuesta.

—De cualquier cosa o persona que intente dañarte nuevamente, incluyendo a mi hijo.

Mi corazón dio un vuelco al escuchar eso. Era extraño, casi irreal, que alguien como él se preocupara por mí de esta manera. Pero al mismo tiempo, no podía ignorar la sombra de desconfianza que se había formado desde que todo esto comenzó.

—Aprecio lo que está haciendo, pero no entiendo qué gana con esto —dije, mirándolo fijamente.

—No se trata de ganar nada, Sofía —dijo, con un tono que bordeaba la franqueza absoluta—. Se trata de corregir un error.

El peso de sus palabras cayó sobre mí, dejándome sin saber qué responder. Finalmente, bajé la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su mirada por más tiempo.

—Está bien. Gracias por todo lo que ha hecho. Pero de verdad, no tiene que seguir ayudándome.

Sebastián se acercó un paso más, acortando la distancia entre nosotros.

—Eso no lo decides tú. Ya estoy involucrado, y me aseguraré de que no vuelvas a pasar por algo así.

La seriedad en su voz me dejó sin palabras. Había algo en su postura, en la forma en que hablaba, que me hacía sentir que realmente estaba comprometido con lo que decía.

Finalmente, dio un paso hacia atrás, como si sintiera que estaba invadiendo demasiado mi espacio.

—No quiero molestarte más, Sofía. Solo quería que supieras que puedes contar conmigo.

Lo acompañé hasta la puerta, todavía intentando procesar todo lo que acababa de suceder. Antes de salir, Sebastián se detuvo y me miró una última vez.

—Y una última cosa: si Javier intenta contactarte de nuevo, avísame de inmediato.

Asentí, incapaz de decir nada más. Sebastián salió, dejando detrás de él un silencio pesado que parecía llenar toda la habitación.

Me apoyé contra la puerta, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Nada de esto tenía sentido, pero una cosa era segura: la presencia de Sebastián Salazar había cambiado por completo el curso de mi vida, y no sabía si eso era algo bueno o malo.

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