Capítulo 14: El Juego Comienza

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Desde el momento en que vi a la joven caer frente al auto, supe que algo no estaba bien

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Desde el momento en que vi a la joven caer frente al auto, supe que algo no estaba bien. Era demasiado conveniente, demasiado teatral. Santi, mi chofer, frenó a centímetros de ella, y en un instante, la vi en el suelo, temblando como una hoja. Su figura parecía frágil, casi quebradiza, pero algo en su expresión, incluso en ese estado, me hizo desconfiar.

—¡Señor! Le juro que no la toqué —exclamó Santi, claramente nervioso.

Salí del auto con calma, pero atento a cada detalle. La joven estaba en el suelo, respirando con dificultad pero consciente. Me incliné hacia ella y noté su piel pálida y sus ojos cerrados.

—Vamos a llevarla a un médico —dije con firmeza, sin perder tiempo.

—¿Al hospital, señor? —preguntó Santi.

—No. Llama a un médico y que venga a la casa. Lo último que necesito es un escándalo en los medios. —Mi tono no dejaba lugar para dudas. Este tipo de situaciones podían escalar rápido, y yo no dejaba nada al azar.

La levanté en mis brazos con cuidado. Su cuerpo era liviano, pero había algo en su cercanía que captó mi atención. Su perfume, dulce y embriagador, me recordó a algo... aunque no podía identificar qué.

Durante el trayecto, ella permaneció inmóvil en mis brazos. Su respiración era regular, demasiado medida como para estar inconsciente de verdad. Lo sabía, pero no dije nada. Si esta chica estaba jugando, yo descubriría las reglas.

Al llegar a mi casa, la llevé a una de las habitaciones de huéspedes. La coloqué en la cama con cuidado, asegurándome de que estuviera cómoda. Me aparté un paso, cruzándome de brazos mientras la observaba.

—¿Qué buscas, chica? —murmuré para mí mismo.

No pasaron más de unos minutos cuando abrió los ojos lentamente. Fingió estar confundida, su mirada recorriendo la habitación antes de detenerse en mí.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, mi voz tan neutral como siempre.

—Un poco confundida... ¿Dónde estoy? —respondió, su tono débil pero medido.

—En mi casa. Estabas a punto de ser atropellada. Mi chofer frenó justo a tiempo. Perdiste el conocimiento, así que decidí traerte aquí.

Su expresión de sorpresa fue convincente, pero no lo suficiente. Había algo en sus ojos que no encajaba con la imagen de una joven asustada.

—Gracias... Eso fue muy amable de su parte —dijo, desviando la mirada con una mezcla de vergüenza y agradecimiento.

—¿Qué hacías corriendo frente a mi auto? —pregunté, directo al punto.

Vaciló, buscando las palabras adecuadas.

—No lo sé... supongo que fue un accidente. No estaba prestando atención.

Arqueé una ceja. Mentira. Había algo demasiado calculado en todo esto.

—¿Un accidente? —repetí, dejando claro que no estaba convencido.

—Sí. Lo siento mucho si causé algún problema.

Guardé silencio por un momento, evaluándola. Sus palabras eran correctas, pero su tono no encajaba. No era el de una persona genuinamente arrepentida, sino el de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

—Deberías descansar un poco más antes de irte —dije finalmente.

—No quiero incomodarlo más de lo que ya lo hice. Estoy bien, puedo irme —intentó levantarse, pero noté el leve temblor en sus manos.

—No insistas. Quédate aquí por hoy. Te llevaré a casa más tarde si es necesario.

Vi cómo la indecisión cruzaba su rostro antes de asentir lentamente.

—Gracias... No sé cómo agradecerle.

—No tienes que hacerlo. Solo cuida mejor de ti misma en el futuro.

Me giré hacia la puerta, pero antes de salir, me detuve por un instante.

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

Ella levantó la mirada rápidamente, como si no hubiera esperado la pregunta.

—Sofía... Sofía Mendoza.

Asentí una vez y cerré la puerta tras de mí. Mientras caminaba por el pasillo, mi mente trabajaba rápidamente. El nombre no me sonaba de nada, pero eso no significaba que fuera irrelevante. Había algo en ella que no encajaba. Su fragilidad parecía un disfraz, y su presencia allí no era una simple coincidencia.

—Santi —llamé a mi chofer cuando lo encontré en el vestíbulo.

—¿Sí, señor?

—Quiero que investigues todo sobre ella. Sofía Mendoza. Su pasado, su presente, todo.

Santi asintió, y yo regresé a mi oficina. Había aprendido a lo largo de los años que nadie se cruza en mi camino sin un motivo. Si esta chica estaba jugando un juego, pronto descubriría las reglas.

Y si ella pensaba que iba a ganarme, estaba por cometer el error más grande de su vida.

Llámame DaddyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora