Capítulo 30: Una Confirmación Inesperada

595 44 7
                                    

La noche cayó rápidamente después de un día agotador en la empresa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La noche cayó rápidamente después de un día agotador en la empresa. Aunque traté de enfocarme en los contratos y reuniones, mi mente volvía una y otra vez a Sofía Mendoza. Su rostro, su determinación y, sobre todo, el caos que había traído a mi vida, parecían ocupar un lugar constante en mis pensamientos.

Suspiré mientras guardaba los documentos en mi escritorio. La oficina, normalmente mi refugio de tranquilidad, se sentía pesada esta noche. Me levanté de mi silla, ajustando los puños de mi camisa, y llamé a Santi.

—¿Necesita algo más, señor? —preguntó en cuanto entró.

—Prepárate. Vamos a salir —respondí, tomando mi chaqueta del perchero.

Santi me miró con curiosidad, pero no preguntó. Sabía que no tenía por qué hacerlo.

—¿A dónde vamos?

—A ver a Sofía Mendoza.

Santi frunció ligeramente el ceño, pero asintió y salió para preparar el auto. Mientras me dirigía hacia la salida, una voz en mi interior cuestionaba lo que estaba haciendo. ¿Por qué? ¿Por qué seguir acercándome a ella, cuando todo en mí sabía que era un error?

Porque necesito respuestas.

El trayecto hacia su apartamento fue rápido, pero cada minuto en el auto se sintió como una eternidad. Santi no dijo nada, aunque podía sentir su mirada ocasional en el retrovisor. Cuando llegamos, me bajé del auto sin esperar que él me abriera la puerta.

Me detuve frente a la entrada de su edificio, mirando hacia arriba por un momento, antes de tomar una decisión y subir. Al llegar a su puerta, golpeé suavemente, mi mente todavía buscando una excusa para mi presencia allí.

La puerta se abrió después de unos segundos, y allí estaba ella. Sofía me miró con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Señor Salazar? ¿Qué hace aquí? —preguntó, su voz llena de incredulidad.

Por un momento, no dije nada. La miré, observando cada detalle de su expresión, como si eso pudiera darme las respuestas que buscaba. Pero no encontré nada. Solo una pregunta constante y molesta en mi mente: ¿Qué era lo que realmente sentía por ella?

Y antes de saber lo que estaba haciendo, cerré la distancia entre nosotros y la besé.

El contacto fue inmediato, más intenso de lo que esperaba. Sus labios eran suaves, y durante un segundo, sentí cómo ella respondía al beso, aunque estaba claro que estaba sorprendida. Mi mente, por otro lado, estaba en caos.

Esto no está bien. Esto es un error.

Me aparté rápidamente, como si el contacto me hubiera quemado. Sofía me miró, atónita, con una mano rozando sus labios como si no creyera lo que acababa de pasar.

—¿Qué está haciendo? —susurró, su voz apenas audible.

Yo di un paso atrás, mi mente todavía tratando de procesar lo que acababa de hacer.

—Quería confirmarlo —dije, mi voz baja pero firme.

—¿Confirmar qué? —preguntó, todavía sorprendida.

—Que no siento nada por ti —dije, aunque mis palabras sonaron vacías incluso para mí mismo.

Sofía me miró, herida y confundida. Su expresión era una mezcla de enojo y algo más, algo que no pude descifrar.

—¿Y para eso tenía que besarme? —dijo, cruzándose de brazos.

—Lo que pasó no significa nada, Sofía —respondí, intentando recuperar algo de control.

Ella soltó una risa corta y amarga.

—Para usted no, tal vez. Pero yo no soy un experimento, señor Salazar. No puede venir aquí y hacer lo que quiera solo para confirmar lo que siente o no siente.

Tenía razón. Sabía que tenía razón, pero no podía admitirlo.

—Esto fue un error. No volverá a suceder.

Sin esperar su respuesta, me giré y salí, dejando la puerta abierta tras de mí. Cada paso que daba se sentía como un golpe, pero sabía que no podía quedarme allí. Había cruzado una línea que no debía cruzar, y ahora tendría que vivir con las consecuencias.

Cuando llegué al auto, Santi me miró con curiosidad mientras abría la puerta para mí.

—¿Todo bien, señor?

—Conduce —dije simplemente, sin mirarlo.

Mientras el auto se alejaba, miré por la ventana, mis pensamientos revueltos. ¿Había logrado confirmar algo? No estaba seguro. Lo único que sabía era que, a pesar de todo, Sofía Mendoza seguía siendo un enigma que no podía ignorar.

Llámame DaddyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora