Después de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...
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El médico salió de la habitación después de una breve revisión, confirmando lo que ya sabía.
—No es nada grave, señor Salazar. Solo se desmayó por el susto. Le receté un sedante suave para que pueda relajarse. Con un poco de descanso estará perfectamente.
Asentí, agradeciendo con un gesto antes de acompañarlo hasta la puerta. Una vez que se fue, regresé a la habitación. Sofía seguía recostada, con una expresión de calma fingida en el rostro. Lo sabía porque sus ojos permanecían entreabiertos, analizando cuidadosamente cada uno de mis movimientos.
Tomé una silla y me senté junto a la cama. Ella desvió la mirada hacia el techo, como si estuviera evitando mi presencia, pero yo no estaba dispuesto a ignorar los detalles que me desconcertaban.
—Dime, Sofía Mendoza —comencé, mi tono relajado, pero firme—, ¿estudias?
Ella parpadeó lentamente antes de responder.
—Sí, estudio en la Universidad Central de Nueva York. Estaba tarde, por eso no miré el auto —dijo, como si el accidente hubiera sido fruto de una simple distracción.
Un pretexto bien armado, pero sin peso. Crucé los brazos, inclinándome hacia adelante, sin apartar mi mirada de ella.
—Tiene sentido... Entonces, conoces a mi hijo.
La vi tensarse ligeramente. Sus manos se movieron de forma sutil sobre las sábanas, un gesto que traicionaba su aparente tranquilidad.
—Sí, Javier Salazar. ¿Quién no lo conoce? —respondió, pero lo hizo de una forma que llamó mi atención. Su tono era agrio, como si mencionar el nombre de mi hijo fuera un castigo.
Me recliné en la silla, analizando cada una de sus palabras. Mi hijo era un tema delicado para cualquiera que entrara en mi entorno. No por lo que él representaba como persona, sino porque su reputación y actitud tendían a generar reacciones extremas.
—Parece que no hablas de él con mucho entusiasmo —comenté, buscando una reacción más clara.
Ella bajó la mirada, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—No lo conozco lo suficiente como para opinar, pero... bueno, es el chico popular de la universidad. Todo el mundo habla de él.
—¿Hablan bien o mal? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia ella.
—De todo un poco, supongo.
Un comentario neutral, pero había algo en su forma de evitar profundizar que me decía que la historia era más complicada. Mi experiencia me enseñó a detectar las verdades ocultas detrás de las palabras cuidadosamente elegidas. Sofía no estaba siendo completamente honesta.
—¿Tarde para qué? —pregunté, cambiando de tema abruptamente.
—¿Perdón?
—Dijiste que estabas tarde. ¿Para qué?
Ella titubeó por un momento, pero luego soltó una respuesta rápida.
—Para clases.
Una respuesta sencilla, pero el leve temblor en su voz no pasó desapercibido para mí. Mi mente comenzó a conectar las piezas. Su presencia, su nerviosismo, su reacción al mencionar a Javier... Esta chica tenía algo que ocultar, y yo estaba decidido a descubrir qué era.
—Bien —dije finalmente, poniéndome de pie—. Descansa. No quiero que te preocupes por nada mientras estés aquí.
Vi el alivio en su rostro, aunque trató de ocultarlo. Sonreí para mí mismo. Sofía Mendoza no sabía que ya estaba bajo mi radar, y si había algo que aprendería pronto, era que conmigo no existía el azar. Todo tenía un propósito, y yo siempre encontraba las respuestas.
Mientras cerraba la puerta tras de mí, mi mente seguía trabajando. Había demasiadas coincidencias en esta historia. Era hora de profundizar en quién era realmente esta chica, qué relación tenía con Javier y, sobre todo, qué pretendía al aparecer en mi camino.
Con calma, me dirigí a mi oficina y marqué el número de Santi.
—¿Sí, señor? —respondió al primer tono.
—¿Tienes algo sobre Sofía Mendoza?
—Todavía no, señor, pero estoy en ello.
—Quiero resultados pronto. Investiga todo lo que puedas: desde su vida en la universidad hasta cualquier conexión que tenga con mi hijo.
Colgué sin esperar una respuesta. Este no era un simple accidente. Y si Sofía creía que iba a manipularme o esconder algo, pronto descubriría que nadie me toma por sorpresa.