La mañana llegó demasiado rápido, y con ella, la sensación persistente de que debía aclarar algo importante. Javier. No podía permitir que este asunto siguiera siendo una nube gris entre nosotros, mucho menos con todo lo que ya había ocurrido.
Estaba en mi despacho, repasando mentalmente cómo abordar la conversación cuando escuché los pasos de Javier en el pasillo. Había llegado el momento.
—Javier, entra —dije en cuanto lo vi asomarse por la puerta.
Él me miró con desconfianza, pero obedeció, cerrando la puerta detrás de él. Su postura despreocupada, las manos en los bolsillos y su leve sonrisa arrogante, me recordaron que nunca se tomaba nada en serio.
—¿Qué pasa ahora, padre? —preguntó, dejándose caer en una de las sillas frente a mi escritorio.
No perdí tiempo.
—Quiero que seas honesto conmigo. ¿Qué pasó entre tú y Sofía Mendoza? —pregunté, directo al punto.
Su sonrisa se desvaneció ligeramente, aunque trató de mantener la compostura.
—¿Por qué quieres saber eso? —respondió, esquivando la pregunta.
—Porque lo que le hiciste ya es suficiente para avergonzarte, a mí y a esta familia. Pero quiero saber exactamente qué pasó. Todo —dije, mi tono más severo.
Javier suspiró, apoyándose en el respaldo de la silla con una actitud despreocupada que no encajaba con la seriedad del momento.
—¿Qué crees que pasó? —preguntó, como si fuera un juego.
Mi paciencia se agotaba rápidamente.
—No estoy para juegos, Javier. Responde a la pregunta.
Finalmente, levantó las manos en señal de rendición, aunque su tono seguía siendo despreocupado.
—Está bien, está bien. No pasó nada. Solo fue un beso.
Sus palabras cayeron como un martillazo. Mi mente se quedó en blanco por un momento antes de que el peso de lo que había dicho realmente se asentara.
—¿Un beso? —repetí, mi tono bajo pero cargado de incredulidad.
—Sí, padre. Un beso. Eso es todo. Ni siquiera fue algo importante.
Lo observé, tratando de determinar si estaba siendo honesto o si estaba omitiendo algo. Sus ojos no mostraban el remordimiento que esperaba, pero tampoco indicaban que estuviera mintiendo.
—¿Y para ella? —pregunté, inclinándome hacia él—. ¿También fue solo un beso para ella?
Javier me miró como si la pregunta fuera irrelevante.
—¿Qué importa eso? Ella no es nadie. Solo es una chica como cualquier otra.
Su respuesta fue suficiente para que me levantara de mi asiento, caminando hacia él con una intensidad que lo hizo enderezarse ligeramente en la silla.
—Es alguien, Javier. Alguien a quien humillaste, alguien a quien arruinaste su vida social y su tranquilidad por una maldita apuesta. No olvides eso —dije, mi voz firme.
—Está bien, ya entendí. Solo fue un beso, ¿de acuerdo? Nada más.
Me alejé, intentando contener el enojo que se acumulaba en mi interior. Si realmente había sido solo un beso, entonces no había cruzado una línea física más allá de eso. Pero su actitud, su falta de remordimiento, seguían siendo inaceptables.
—Escúchame bien, Javier —dije, girándome hacia él—. No quiero que vuelvas a acercarte a Sofía, ¿entendido? Ni una palabra, ni un mensaje. Nada.
Javier levantó las manos nuevamente, esta vez en señal de aburrimiento.
—Como digas, padre.
Lo vi levantarse y dirigirse a la puerta, pero antes de salir, se giró hacia mí con una sonrisa sarcástica.
—Por cierto, ¿por qué te importa tanto?
Lo observé fijamente, sin responder. Javier rió para sí mismo antes de salir, dejando la pregunta colgando en el aire.
Cuando la puerta se cerró, me dejé caer en mi silla, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Había obtenido parte de las respuestas que buscaba, pero sus palabras finales seguían rondando en mi cabeza.
¿Por qué me importaba tanto?
Era una pregunta que no estaba listo para responder, al menos no todavía.
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Llámame Daddy
AlteleDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...