Después de cerrar la puerta tras Sofía, dejé escapar un largo suspiro y apoyé la frente contra la madera fría. Mi corazón aún latía con fuerza, y mi mente seguía reproduciendo el momento que acababa de suceder. Su beso. Mi respuesta.
Di un paso atrás, pasándome una mano por el cabello en un gesto de frustración. ¿Cómo había permitido que algo así ocurriera? Desde el momento en que ella apareció en mi vida, todo había comenzado a desmoronarse. Sofía Mendoza no era solo una joven afectada por los errores de mi hijo; era un torbellino que había empezado a derribar mis barreras sin que me diera cuenta.
Caminé hacia la sala y me dejé caer en el sofá, intentando ordenar mis pensamientos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había estado pensando cuando respondí a su beso, aunque fuera solo por un instante?
La respuesta era clara: No estaba pensando. Había sido un momento de debilidad, de emociones confusas que no tenía derecho a sentir.
—Esto no puede pasar —murmuré para mí mismo, dejando escapar otro suspiro.
Pero no podía negar lo que había sentido en ese breve instante. Había algo en ella, en su determinación y en su vulnerabilidad, que despertaba algo dentro de mí que llevaba años dormido. Era peligrosa, no porque buscara dañarme, sino porque podía hacerme bajar la guardia de una manera que nadie más había logrado.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de pasos en el pasillo. Santi apareció, su expresión tranquila como siempre, pero sus ojos observadores no tardaron en captar mi estado.
—¿Todo bien, señor? —preguntó, aunque su tono dejaba claro que ya conocía la respuesta.
—No, Santi. Nada está bien —admití, apoyando los codos en mis rodillas y frotándome las sienes.
Santi se acercó lentamente, como si no quisiera presionarme, pero al mismo tiempo dispuesto a escuchar lo que fuera que tuviera que decir.
—Déjame adivinar. Tiene que ver con Sofía.
Levanté la mirada hacia él, sorprendido por lo directo que había sido, aunque no debería haberme sorprendido. Santi siempre sabía más de lo que dejaba ver.
—Ella... me besó —dije finalmente, las palabras saliendo con dificultad.
—Y usted le respondió —dijo Santi, no como una pregunta, sino como una afirmación.
Lo miré, pero no negué nada. Su expresión permaneció neutral, pero pude ver el ligero destello de comprensión en sus ojos.
—Señor, con todo respeto, ¿por qué se está complicando tanto con esto?
—¿Por qué? —repetí, soltando una risa amarga—. Porque esto no está bien, Santi. Ella podría ser mi hija.
—Pero no lo es.
El silencio cayó entre nosotros mientras sus palabras se asentaban. Sabía que tenía razón, pero no era tan simple.
—Ella es joven, vulnerable... —comencé, tratando de justificarme, pero Santi me interrumpió.
—Es joven, sí. Pero no es una niña. Sofía sabe lo que hace, y usted también.
Negué con la cabeza, levantándome del sofá y caminando hacia la ventana. Miré hacia afuera, las luces de la ciudad parpadeando en la distancia, como si buscaran distraerme de la tormenta que tenía dentro.
—Esto no es lo que debería estar pasando. Mi prioridad era corregir lo que Javier hizo, protegerla... no esto.
Santi se quedó en silencio por un momento antes de hablar de nuevo, su tono más suave esta vez.
—A veces, las cosas no salen como uno las planea, señor. Puede que haya comenzado queriendo protegerla, pero quizás esa protección vino acompañada de algo más. Algo que no planeó, pero que está ahí. Y negarlo no hará que desaparezca.
Sus palabras resonaron en el silencio de la sala. No quería admitirlo, pero tenía razón. Desde el momento en que Sofía entró en mi vida, algo había cambiado. Al principio pensé que era solo mi deber corregir el error de Javier, pero había algo más profundo, algo que no podía ignorar.
Me giré hacia Santi, intentando recuperar algo de control sobre la conversación.
—Esto no puede ir más allá, ¿entiendes? No importa lo que sienta o lo que ella piense. Esto es un límite que no voy a cruzar.
Santi asintió, pero su mirada seguía siendo escrutadora, como si dudara de mis palabras.
—Entendido, señor. Pero le doy un consejo: asegúrese de que ese límite sea suyo, no algo que está imponiendo por miedo o culpa.
Quería responder, pero no lo hice. En lugar de eso, lo dejé ahí, con sus palabras flotando en el aire. Se retiró después de unos segundos, dejándome solo con mis pensamientos.
Regresé al sofá y me dejé caer nuevamente, mirando el techo como si buscara respuestas en las sombras que se proyectaban. ¿Qué se supone que debía hacer ahora?
Sofía no era solo una joven afectada por las acciones de mi hijo. Era fuerte, decidida, y esa mezcla de vulnerabilidad y valentía me había desarmado. Pero también sabía que permitir que esto continuara, que ella pensara que podía haber algo entre nosotros, no solo era peligroso para ella, sino para mí.
Me pasé una mano por el rostro, cerrando los ojos. Tenía que alejarme. Tenía que recordar por qué había intervenido en primer lugar: para protegerla de Javier y para corregir el daño que él había causado. Nada más.
Pero mientras repetía esas palabras en mi mente, la sensación de sus labios contra los míos volvía a invadirme, como un recuerdo imposible de borrar.
"Esto tiene que terminar ahora."
Al menos, eso me decía a mí mismo. Pero, en el fondo, sabía que estaba luchando contra algo mucho más fuerte de lo que quería admitir.
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Llámame Daddy
De TodoDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...