Estaba recogiendo el pequeño desastre que había dejado en mi casa durante los últimos días. Entre todo lo que había pasado, no me había dado tiempo de organizar ni mi mente ni mi espacio. Entonces, mi teléfono sonó, vibrando sobre la mesa.
—¿Hola? —contesté, con un tono algo cansado.
—¿Sofía Mendoza? —preguntó una voz femenina al otro lado de la línea.
—Sí, soy yo.
—Llamamos de la oficina de la dirección de la Universidad Central de Nueva York. Queríamos informarle que la suspensión que había sido impuesta ha sido retirada. Puede regresar a clases de inmediato.
Me quedé en silencio por un momento, sorprendida.
—¿Retirada? Pero... ¿por qué? —pregunté, sin poder ocultar mi confusión.
—La decisión fue revisada y se determinó que no hay motivo para mantenerla fuera de la universidad. Le pedimos disculpas por cualquier inconveniente —respondió la voz, con un tono formal pero apresurado.
—Entendido, gracias —respondí antes de colgar.
Dejé el teléfono sobre la mesa, sintiendo una mezcla de alivio y desconcierto. Sabía que esto no había sucedido por casualidad. Sebastián Salazar. Tenía que haber sido él quien intervino, pero no entendía por qué se estaba esforzando tanto.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando escuché el timbre de la puerta. Al abrir, me encontré con las sonrisas familiares de Camila y Daniel, mis mejores amigos.
—¡Sorpresa! —exclamó Camila, levantando una caja de pizza en el aire.
—Trajimos comida y películas. Necesitas un respiro —agregó Daniel, entrando como si estuviera en su propia casa.
No pude evitar sonreír. Ellos siempre sabían cómo levantarme el ánimo, incluso en los peores momentos.
—Pasen, pero no quiero que se queden hasta tarde —dije, fingiendo un tono serio.
—Lo que tú digas, reina del drama —bromeó Camila, dejándose caer en el sofá.
La tarde pasó rápidamente entre risas, bocados de pizza y discusiones tontas sobre las películas que habíamos elegido. Por primera vez en días, sentí algo parecido a la normalidad. Camila y Daniel eran mi refugio, y no sabía qué haría sin ellos.
Cuando finalmente se marcharon, dejándome con el estómago lleno y la mente un poco más tranquila, recogí los restos de la cena y me preparé para dormir. Me puse mi pijama y apagué las luces de la sala, lista para olvidarme de todo al menos por unas horas.
Estaba a punto de acostarme cuando escuché el timbre de la puerta. Fruncí el ceño, preguntándome quién podría ser a esas horas. Pensé que tal vez Camila o Daniel habían olvidado algo, pero cuando abrí la puerta, mi corazón dio un vuelco.
Sebastián Salazar estaba parado frente a mí.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con su tono bajo y autoritario.
No supe qué responder de inmediato. La figura imponente de Sebastián en el umbral de mi puerta parecía fuera de lugar en mi pequeño apartamento. Finalmente, me hice a un lado, dejando que entrara.
—¿Qué hace aquí? —pregunté, cerrando la puerta detrás de él.
Sebastián se giró hacia mí, sus ojos oscuros fijos en los míos.
—Hay algo que necesitamos hablar, Sofía. Algo importante.
ESTÁS LEYENDO
Llámame Daddy
RandomDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...