Después de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...
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Caminaba por los pasillos de la universidad, tratando de mantenerme concentrada en mis propios pensamientos. Había decidido que no importaba lo que dijeran los demás, yo seguiría adelante. Pero eso no hacía más fácil enfrentar las miradas curiosas y los murmullos a mi paso.
El sonido de risas estridentes llamó mi atención, y al mirar hacia el frente, vi a Javier con su séquito de amigos. Su actitud despreocupada me irritaba, pero me forcé a no reaccionar. No merecía mi atención.
Sin embargo, apenas pasé junto a ellos, Valentina, la inseparable sombra de Javier, levantó la voz con un tono lleno de veneno.
—¡Zorra! —gritó, lo suficientemente fuerte para que todos alrededor escucharan.
El aire pareció detenerse por un instante, y las risas de los demás se apagaron. Mi cuerpo se tensó, pero no me giré. No le daría el gusto de verme afectada.
—¡Valentina, cállate! —la voz de Javier rompió el silencio.
Eso sí me tomó por sorpresa. Giré la cabeza apenas lo suficiente para verlo dirigirse hacia Valentina, su expresión dura y cargada de molestia.
—¿Qué? ¡Solo dije la verdad! —protestó Valentina, cruzándose de brazos como una niña caprichosa.
—No te estoy pidiendo tu opinión. Te dije que te calles —respondió Javier, su tono frío y autoritario.
Valentina abrió la boca para replicar, pero el peso de su mirada la hizo callar. No era algo que esperaba de él. ¿Javier Salazar defendiéndome? Algo no encajaba.
Antes de que pudiera procesar lo que acababa de pasar, sentí su presencia acercándose. Javier se detuvo a mi lado, demasiado cerca para mi gusto. Su mirada estaba fija en mí, y había algo en sus ojos que no lograba descifrar.
—No te emociones, Mendoza. Esto no lo hago por ti —dijo, con un tono que apenas ocultaba su molestia.
—¿Ah, no? —respondí, cruzándome de brazos mientras lo miraba directamente—. Entonces, ¿por qué?
Él dio un paso más cerca, inclinándose ligeramente para que solo yo pudiera escuchar sus palabras.
—Lo hago por mi padre. Él me tiene amenazado. ¿Contenta?
Mi respiración se detuvo por un instante. Su padre. Sebastián. Claro que esto tenía que ver con él. ¿Por qué otra razón Javier Salazar, el mismo que me había humillado públicamente, decidiría defenderme ahora?
Lo miré fijamente, tratando de medir sus palabras.
—¿Eso es todo? ¿Porque él te obliga? —pregunté, mi tono cargado de incredulidad.
Javier soltó una risa amarga.
—¿Qué más podría ser? No me importas, Mendoza. Nunca me importaste.
Sus palabras dolieron más de lo que esperaba, pero no dejé que lo notara. En lugar de eso, me forcé a mantener la compostura.
—Perfecto, porque tú tampoco me importas.
Él sonrió, pero era una sonrisa amarga, carente de cualquier rastro de diversión.
—Entonces estamos de acuerdo.
Sin decir nada más, dio media vuelta y regresó hacia su grupo, dejando atrás una nube de confusión y enojo. ¿Por qué Sebastián lo había amenazado? ¿Qué más había detrás de esto?
Mientras continuaba mi camino, tratando de recuperar la calma, solo una cosa era segura: lo que fuera que estaba ocurriendo entre Sebastián, Javier y yo, estaba lejos de terminar. Y sabía que, tarde o temprano, todo saldría a la luz.