El informe llegó en un sobre sellado, acompañado de un conjunto de imágenes que captaron mi atención de inmediato. En ellas, Sofía Mendoza aparecía en ropa interior, visiblemente incómoda, como si ni siquiera hubiera consentido que esas fotografías existieran. Mis ojos se endurecieron al contemplarlas.
—¿De dónde vienen estas fotos? —pregunté a Santi, mi tono bajo pero cargado de peligro.
—Señor, han sido difundidas por toda la universidad. Es un escándalo que está corriendo como pólvora.
Fruncí el ceño.
—¿Quién se atrevería a hacer algo como esto?
Santi me miró con una mezcla de vergüenza y precaución.
—Javier Salazar, señor. Fue él.
El silencio en la habitación se volvió abrumador. Mis dedos se crisparon alrededor del informe mientras mi mente procesaba lo que acababa de escuchar. No podía creerlo, pero al mismo tiempo, tenía que enfrentarlo.
—¿Estás seguro de esto? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí, señor. Fue una apuesta entre él y sus amigos.
Una rabia fría me invadió. Esto explicaba mucho. Así que Sofía Mendoza no había llegado a mí por casualidad. Esto era personal.
Me puse de pie y caminé hacia la habitación de huéspedes. Abrí la puerta con decisión y la encontré sentada en la cama, con la misma expresión frágil y calculadora que había mostrado antes.
—Sofía. —Mi voz la hizo levantar la mirada rápidamente.
—¿Sí, señor Salazar? —respondió, con cautela.
Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia ella. Saqué el informe y lo coloqué sobre la mesa, dejando las fotografías visibles.
—Quiero que me lo digas tú. ¿Fue Javier quien hizo esto? —pregunté, señalando las imágenes.
Vi cómo su cuerpo se tensaba. Sus manos apretaron las sábanas, pero luego levantó la mirada hacia mí con una mezcla de dolor y determinación.
—Sí, él lo hizo. —Su voz era baja, pero firme.
—¿Por qué? —pregunté, queriendo escuchar cada detalle de su versión.
Ella suspiró profundamente, como si revivirlo fuera tan humillante como el evento mismo.
—Fue por una apuesta. Javier y sus amigos... No sé qué querían probar. Pero lo que hizo fue cruel. Nunca me acosté con él, si es lo que piensa. Nunca le di ningún motivo para hacer algo así.
Sus palabras eran claras y sinceras. El dolor en su voz era evidente, pero también lo era el orgullo que la mantenía erguida.
Asentí lentamente, procesando lo que acababa de escuchar.
—Gracias por ser honesta conmigo —dije, antes de darme la vuelta para salir de la habitación.
Mientras cerraba la puerta, mi mirada endurecida dejó claro que no había terminado con este asunto. No pasaron más de unos minutos cuando la puerta principal se abrió y escuché los pasos de mi hijo en el pasillo.
Javier entró con la misma actitud despreocupada de siempre, como si el mundo girara a su alrededor.
—¿Qué pasa, padre? —preguntó con su habitual arrogancia.
—Acompáñame —respondí, sin dar espacio para discusión.
Lo guié hacia mi despacho y cerré la puerta tras él. Se sentó en una de las sillas frente a mi escritorio, con una sonrisa ligera en el rostro. Una sonrisa que me irritó profundamente.
Me acerqué a él, colocando el informe sobre la mesa, dejando que las fotografías quedaran a la vista.
—¿Cómo fuiste capaz? —dije, mi voz contenida, pero llena de furia.
Javier frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
Me incliné hacia él, señalando las fotos.
—Subiste estas imágenes de Sofía Mendoza a toda la universidad. ¿Cómo fuiste capaz de hacer algo así?
Sus ojos se abrieron con sorpresa por un momento, pero rápidamente trató de recomponerse.
—No es lo que parece, padre.
Mi paciencia se agotó.
—Es exactamente lo que parece. Hiciste esto, y quiero saber por qué.
Javier finalmente se encogió de hombros y dejó escapar una risa corta.
—Era solo un juego. Una apuesta entre amigos, no es gran cosa.
Esa respuesta fue suficiente para que mi sangre hirviera. Me levanté, golpeando el escritorio con la palma de la mano, haciendo que la sonrisa de Javier desapareciera.
—¿Un juego? ¿Estás loco? Si esa chica decide ir a la prensa, ¿entiendes lo que eso significa? Mi carrera, nuestra reputación, todo lo que he construido estará en ruinas por tu irresponsabilidad. ¡Esto no es un juego, Javier!
Javier me miró como si no entendiera la gravedad de la situación.
—No va a hacer nada. Es demasiado tímida como para enfrentarse a nosotros.
Me acerqué más, mi voz baja y peligrosa.
—Estás subestimándola. Ya está en mi casa, Javier, y su silencio no está garantizado. Lo que hiciste fue cruel y estúpido, y no voy a permitir que algo así pase desapercibido.
Javier intentó decir algo, pero levanté una mano para detenerlo.
—Ahora vas a quedarte callado, y vas a pensar en lo que has hecho. Y te aseguro, Javier, que si esto no se maneja con cuidado, será tu error más grande.
Mientras me alejaba, lo dejé sentado en la silla, finalmente consciente de que sus acciones tenían consecuencias. Esto no había terminado. Sofía Mendoza ya no era un simple inconveniente; ahora era parte de algo mucho más grande. Y yo no iba a permitir que nadie, ni siquiera mi propio hijo, pusiera en peligro lo que era mío.
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Llámame Daddy
RandomDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...