Capítulo 28: Reflexiones Amargas

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Estaba de pie junto a la ventana de mi despacho, mirando la ciudad extendida frente a mí, pero mi mente estaba lejos de esas luces

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Estaba de pie junto a la ventana de mi despacho, mirando la ciudad extendida frente a mí, pero mi mente estaba lejos de esas luces. Javier había dejado claro que su relación con Sofía no había sido más que un beso, pero esa simple confesión había abierto una grieta en mi pensamiento, una que no podía ignorar.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando Santi entró, su presencia siempre tranquila pero firme. No había necesidad de que hablara; yo ya sabía que podía confiar en él para escucharme.

—Santi, necesito hablar contigo —dije, sin apartar la mirada de la ventana.

—Aquí estoy, señor.

Me giré hacia él, cruzando los brazos, como si eso pudiera contener la maraña de emociones que sentía.

—Hablé con Javier —comencé, mi tono bajo pero firme—. Me dijo que él y Sofía se besaron.

Santi levantó ligeramente una ceja, pero su rostro permaneció neutral.

—Fue un beso, señor —dijo con calma, como si eso fuera suficiente para restarle importancia.

—¿Y qué importa si solo fue un beso? —repliqué, mi voz subiendo un tono—. ¿Fueron algo, Santi? Eso ya es suficiente.

Santi no respondió de inmediato, pero su expresión delataba que estaba procesando mis palabras.

—Por Dios —continué, empezando a caminar de un lado a otro—. Esto me hace pensar... todavía es muy joven, y saber que pudo tener algo, aunque fuera mínimo, con mi hijo...

—Eso no cambia quién es ahora, señor —interrumpió Santi, su voz tranquila pero firme.

Me detuve, mirándolo fijamente.

—¿No lo cambia? Santi, ella pudo haber sido parte de su círculo, incluso si fue de forma breve. Eso solo demuestra que todavía es una chica que está encontrando su lugar.

Santi negó ligeramente con la cabeza, como si mi argumento no tuviera el peso que yo creía.

—Señor, con todo respeto, está haciendo esto más complicado de lo que necesita ser. Un beso entre dos jóvenes no significa que haya algo más profundo entre ellos.

—¿Y si lo hay? —pregunté, sintiendo el peso de mis propias palabras mientras las decía.

Santi cruzó los brazos, mirándome con esa mirada calmada que siempre parecía llevar más respuestas de las que yo quería enfrentar.

—Si lo hubo, ya no importa. Ella no está interesada en Javier ahora, eso es evidente. Lo que me pregunto, señor, es por qué está usted tan preocupado.

Esa pregunta golpeó como una campanada. Lo sabía, lo había sentido desde hace tiempo, pero ahora era imposible ignorarlo.

—Porque me hace cuestionarme cosas que no debería, Santi —admití, mi voz más baja ahora, casi un susurro.

Santi asintió lentamente, como si esperara esa respuesta.

—Entonces, quizás es hora de que se pregunte qué es lo que realmente le preocupa de Sofía, señor. ¿Es Javier... o es usted mismo?

El silencio se instaló entre nosotros mientras sus palabras se asentaban. No respondí, porque no tenía una respuesta clara. Sabía que había algo en Sofía que me atraía, algo que me hacía querer protegerla más allá de lo razonable. Pero también sabía que era una línea que no podía cruzar, no sin consecuencias.

Finalmente, Santi rompió el silencio.

—Sea lo que sea, señor, le sugiero que lo enfrente pronto. Porque ignorarlo solo hará que crezca.

Asentí, agradeciendo su honestidad aunque no la buscara. Cuando salió, me dejé caer en el sillón, mirando el techo mientras intentaba desentrañar el caos en mi mente.

¿Era Sofía realmente un problema entre ella y Javier... o entre ella y yo?

Esa pregunta me perseguiría mucho después de que las luces de la ciudad se apagaran.

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