El Guardián Solitario

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El agua del lago se sintió fría y reconfortante cuando Alastor se sumergió lentamente, dejando que las suaves corrientes acariciaran su cuerpo herido. Se adentró en las profundidades con un dolor silencioso palpitando en su brazo. Los bancos de algas danzaban a su alrededor como sombras verdes, ondulando al compás de su desplazamiento.

Alastor descendió hasta el lecho del lago, donde las plantas acuáticas crecían densas y fuertes. Con sumo cuidado, comenzó a arrancar algunas hojas de las algas curativas que conocía bien. Hacía tiempo que no necesitaba utilizarlas; había aprendido a defenderse y evitar a los cazadores que rondaban la zona. Pero esta noche todo había cambiado.

El extraño humano de cabellos oscuros y ojos brillantes... nunca había visto a nadie tan obstinado. Al principio, pensó que, como los demás, huiría al ver su verdadera forma. Pero en lugar de eso, siguió intentando acercarse, insistiendo con palabras suaves y expresiones de preocupación que Alastor no podía entender. ¿Por qué le importaba? ¿Por qué no simplemente se iba?

Con un suspiro bajo el agua, Alastor envolvió las hojas alrededor de su herida. El dolor punzante se suavizó ligeramente al contacto con las propiedades curativas de las algas. Las amarró con firmeza alrededor de su brazo con la ayuda de otras hebras delgadas, formando una especie de vendaje improvisado. Podría haberlo dejado así, pero la preocupación por sus huevos no lo dejaba en paz.

Rápidamente, con movimientos fluidos, volvió a ascender a la superficie. El agua se rompió a su paso cuando emergió, sus ojos recorriendo frenéticamente la orilla del lago. El nido estaba allí, cubierto por las ramas y hojas que había dispuesto para protegerlo.

Con un suspiro de alivio, Alastor se deslizó fuera del agua y reptó con cautela hasta donde los pequeños huevos yacían escondidos. Tocó la arena húmeda con su brazo bueno, usando la otra mano para retirar algunas de las algas y hojas que los cubrían. Los pequeños cascarones azules relucían bajo la luz de la luna, frágiles y brillantes como perlas.

Estaban a salvo.

Por ahora.

Se permitió cerrar los ojos por un momento, el alivio extendiéndose por su cuerpo. Pero no fue suficiente para ahogar el otro sentimiento que latía con fuerza en su pecho.

La tristeza.

Una tristeza profunda, antigua, que no había dejado de carcomer su corazón desde aquella noche.

Sus dedos trazaron suavemente las conchas, sintiendo el delicado calor que emanaban. No estaba solo; no del todo. Tenía a sus crías, sus pequeños que un día verían la luz y nadarían libres por el lago. Pero, aun así, la soledad lo envolvía como una sombra. Porque, aunque él estuviera allí, siempre presente y protegiendo...

El padre de sus hijos no lo estaba.

La voz de Alastor se quebró en un susurro apenas audible, mientras miraba cada huevo con ternura.

-¿Dónde estás...? -preguntó a la nada, a las estrellas titilantes y al viento que parecía arrastrarse con más frío del habitual-. ¿Por qué no has vuelto...?

Recordaba la promesa. El brillo en sus ojos la última vez que se vieron. La forma en que lo había mirado con esa mezcla de fuerza y devoción... y la promesa de que estarían juntos cuando los pequeños nacieran. Alastor había esperado. Había anhelado el regreso de su compañero, la otra mitad que completaría la familia que tanto había soñado. Pero esa noche, cuando todo había cambiado y los huevos fueron puestos...

Él no apareció.

Alastor agachó la cabeza, recostándola suavemente contra los huevos, como si su contacto pudiera calmar el vacío en su interior. Sintió la humedad de las lágrimas arremolinándose en sus ojos. Aunque sabía que no debía mostrarse débil, no en este momento... era imposible contener ese sentimiento.

-No debiste irte... -susurró, la voz temblando con dolor reprimido-. Dijiste que regresarías, que estaríamos juntos... ¿Por qué...?

No hubo respuesta, solo el leve murmullo del lago y el viento meciendo las ramas de los árboles. Alastor apretó los dientes, el dolor de su herida casi insignificante comparado con la angustia en su pecho. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? ¿Había sido capturado por los humanos? ¿Había decidido... no regresar?

Un escalofrío recorrió su espalda ante la última posibilidad. ¿Y si simplemente... se había cansado? ¿Si había elegido no estar allí?

-No -susurró con vehemencia, negando con la cabeza-. No puede ser. No haría eso. Él... él me amaba.

O eso quería creer. Había sido tan feliz, tan lleno de esperanza. Juntos habían soñado con un futuro para sus hijos, con un hogar donde pudieran ser libres, donde no tendrían que temer a los cazadores ni a las redes de los humanos. Pero ahora...

Ahora estaba solo.

Protegiendo el nido, noche tras noche, con la esperanza de que, de alguna manera, su compañero encontraría el camino de regreso. O al menos, de que podría mantener a salvo lo único que quedaba de ellos dos. Sus hijos.

Alastor se inclinó un poco más sobre el nido, cubriendo los huevos con su cuerpo. No importaba lo que sucediera. No importaba si nunca regresaba. Él cuidaría de ellos. Los protegería con su vida. Pero... oh, cómo deseaba no tener que hacerlo solo.

Un leve movimiento en el bosque lo hizo tensarse. Alastor alzó la cabeza, escaneando la oscuridad que lo rodeaba con una mirada alerta. ¿Ese cazador seguía allí? Podía sentirlo, ese cosquilleo incómodo en la nuca, esa sensación de ser observado. Pero, a pesar de todo, no se movió.

-Si vienes a hacerles daño... -gruñó con suavidad, casi para sí mismo-. No me contendré la próxima vez.

Se quedó en silencio un momento, observando la penumbra. Pero nadie emergió de las sombras. El cazador... ese hombre, quienquiera que fuera, no se movió.

Alastor entrecerró los ojos, volviendo la vista hacia sus huevos. Con sumo cuidado, empezó a cubrirlos de nuevo con las algas, sus dedos temblando ligeramente por el agotamiento. Pero en su mente, una pregunta seguía resonando, como un eco constante que no lo dejaba en paz:

¿Dónde estaba el padre de sus hijos?

Y... ¿por qué no había vuelto a su lado?

:・゚☾𝓜𝓮𝓻𝓶𝓪𝓲𝓭  🧉 🐚𓆉︎ StaticRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora