La Dificultad del Traslado

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El viento nocturno soplaba con suavidad, agitando las hojas de los árboles que bordeaban el lago. La calma parecía haber vuelto después de tantos sustos y sobresaltos, pero Alastor no podía relajarse. Se arremolinó alrededor de sus huevos, sintiendo su calor templado bajo las capas de algas que había dispuesto meticulosamente a lo largo del día. El nido parecía más seguro ahora, con la vegetación bien distribuida y ajustada para protegerlos del frío. Pero el problema persistía: este lugar seguía estando a la intemperie.

La cueva que había encontrado esa tarde aún flotaba en su mente. Era el lugar perfecto para que sus pequeños estuvieran protegidos y alejados del peligro... casi. Solo había un detalle crucial que lo había pasado por alto hasta ahora: no llegaba la luz solar. Sin el calor natural del sol, sus huevos no podrían mantenerse a la temperatura adecuada durante el día. Necesitaban la exposición para fortalecer sus cáscaras, para garantizar un desarrollo saludable.

Pero la cueva también ofrecía seguridad, lo cual era igualmente importante. Un pensamiento comenzó a formarse en su mente: si movía el nido a la cueva por las noches, podría mantener a sus crías a salvo del frío y del peligro de los cazadores, y al amanecer, las sacaría nuevamente para recibir la luz del sol. Sería complicado y agotador, pero era lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias.

Acarició suavemente uno de los huevos con sus dedos delgados y escamosos, reflexionando sobre cómo podría trasladarlos sin ponerlos en riesgo. Eran tres, todos del mismo tamaño pero increíblemente frágiles. Cualquier movimiento brusco podría fracturarlos o hacerles daño. Y además... no tenía piernas. Su cuerpo, adaptado a la vida acuática, terminaba en una elegante aleta en lugar de extremidades inferiores, lo cual complicaba mucho la idea de cargar algo sobre tierra firme. Arrastrarse con ellos sería peligroso, y el tiempo que tomaría podría ser demasiado para mantenerlos estables.

Los pensamientos se agolpaban en su mente mientras miraba su entorno en busca de alguna solución. Y entonces, algo llamó su atención a la distancia: una hoja. No cualquier hoja, sino una grande y ancha que se balanceaba ligeramente en el viento, como si la naturaleza misma le estuviera dando un indicio. La hoja provenía de un árbol robusto y fuerte al otro lado de la orilla, y parecía tener el tamaño adecuado para cubrir sus tres huevos y permitirle transportarlos sin dificultad.

Eso es... El corazón de Alastor dio un vuelco al ver la respuesta a su problema. Con esa hoja, podría envolver sus huevos y llevarlos juntos a la cueva, evitando que se dañaran o se enfriaran demasiado. Solo que había un problema: la hoja estaba lejos.

Muy lejos.

La orilla donde se encontraba el árbol quedaba a varios metros del nido actual. Alcanzar la hoja sería un desafío enorme, y sin piernas, tendría que arrastrarse sobre su vientre, lo cual lo expondría y le haría más lento. Se mordió el labio, la frustración ardiendo en su interior. Con la aleta que tenía en lugar de piernas, el camino sería incómodo y lento, y si algún peligro surgía, no tendría manera de reaccionar a tiempo para protegerse a sí mismo o a sus huevos.

Pero, ¿acaso tenía otra opción? Necesitaba esa hoja. Sin ella, trasladar los huevos sería imposible.

Se tomó un momento para estudiar el terreno con atención. Podía ver cómo las ramas bajas del árbol creaban sombras sobre la orilla, proporcionando cierta cobertura si se movía rápido y con sigilo. Podría intentarlo, pensó, afilando la mirada. Si podía llegar a la hoja, cortarla y regresar al nido, sus crías tendrían una oportunidad mucho mayor de sobrevivir.

Respiró hondo y miró una última vez a sus pequeños, acomodándolos y cubriéndolos nuevamente. El frío lo abrazaba, pero él no se apartó, rodeándolos con su cuerpo una vez más para transmitirles todo el calor que pudiera.

-Volveré rápido -susurró, su voz apenas un murmullo en la noche.

Con una última mirada de determinación, Alastor comenzó a deslizarse hacia el borde del agua, sus movimientos torpes y lentos sobre la tierra. Su cuerpo se arrastraba, dejando un rastro húmedo en el suelo mientras avanzaba centímetro a centímetro. Las rocas y las raíces sobresalientes se le clavaban en el vientre, pero ignoró el dolor, enfocándose solo en su objetivo. La hoja. Tenía que llegar a la hoja.

Cada metro que avanzaba se sentía como una eternidad. Su aleta, diseñada para nadar en las profundidades del lago, resultaba casi inútil en tierra firme. El esfuerzo físico lo agotaba, pero él siguió, luchando contra su propio cuerpo, forzando cada músculo a trabajar de una manera para la que no estaba diseñado.

Finalmente, después de lo que parecieron siglos, llegó a la base del árbol. La hoja, tan grande y perfecta como la había imaginado, colgaba de una rama baja, meciéndose suavemente en el viento. Alastor levantó la mirada y sintió una chispa de triunfo al estar tan cerca.

Pero cortarla también sería un problema. Extendió su mano con delicadeza, sus garras finas arañando el tallo con precisión. Una pequeña fuerza y...

-Vamos... -jadeó, tirando de la hoja con cuidado. Si aplicaba demasiada presión, podría romperla en el lugar incorrecto y perder la forma que necesitaba. El tallo crujió, resistiendo por un momento antes de ceder, soltando finalmente la hoja en sus manos.

Lo logró.

Lo había conseguido.

Ahora tenía la herramienta que necesitaba para llevar a sus crías a salvo a la cueva. Pero mientras sostenía la hoja, la realidad de lo que debía hacer volvió a golpearlo: tenía que regresar arrastrándose de nuevo, esta vez con la hoja. El peso no sería un problema, pero la dificultad de moverse mientras la sostenía haría el viaje mucho más largo y peligroso.

Alastor inspiró profundamente, reuniendo cada gramo de fuerza de voluntad que le quedaba. Miró hacia su nido, apenas visible en la distancia. No había marcha atrás. Con un último suspiro de determinación, comenzó el doloroso proceso de regreso, arrastrando la hoja cuidadosamente a través de la tierra y el barro. Cada centímetro ganado se sentía como una victoria pequeña pero significativa.

Finalmente, después de un largo y agotador trayecto, alcanzó el nido de nuevo. Su cuerpo temblaba de agotamiento, pero lo había logrado. Estaba de vuelta con sus crías. Suspiró aliviado, dejando la hoja a un lado mientras se recostaba alrededor de sus huevos, sus garras tocando suavemente la superficie frágil de cada uno.

-Ya casi... -susurró con voz débil.

El plan no estaba completo todavía, pero ahora tenía los medios para trasladarlos. Los ojos de Alastor se cerraron lentamente, el cansancio reclamando su mente y cuerpo. Mañana, los movería uno a uno. Los trasladaría a su refugio y los protegería.

Solo tenía que seguir luchando.

:・゚☾𝓜𝓮𝓻𝓶𝓪𝓲𝓭  🧉 🐚𓆉︎ StaticRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora