El Precio de la Protección

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La noche se alzaba sobre el lago con una quietud inquietante. La luna, escondida tras nubes oscuras, apenas iluminaba la superficie del agua con su luz pálida y apagada. Una brisa gélida recorrió el entorno, haciendo crujir las ramas de los árboles y agitando la vegetación. Alastor, sumido en sus pensamientos, ni siquiera notó cómo el viento comenzaba a arremolinarse a su alrededor.

Sus huevos estaban perfectamente acomodados en el nido, recibiendo la última caricia de calor solar antes de que la oscuridad tomara por completo el cielo. Y él, distraído, movía sus labios en un intento de replicar las palabras que Vox le había enseñado ese día.

"Aa... gracias... grrracias," susurraba con la mirada fija en el agua. El sonido de su propia voz aún le resultaba extraño, pero una extraña calidez lo invadía cada vez que las pronunciaba. Pensó en cómo había permitido que Vox lo tocara. Aquella mano cálida y suave que guió sus labios, la manera en que lo miraba, con paciencia y... ¿afecto? Era tan inusual y tan intrigante. Algo en su pecho se agitó al recordar ese momento, una sensación que lo mantuvo atrapado en la memoria más tiempo del que debería.

Pero entonces, un estruendo distante lo hizo volver a la realidad de golpe.

Levantó la mirada hacia el cielo. Al principio, solo era un ligero murmullo entre las hojas, pero pronto se convirtió en un rugido amenazante. A lo lejos, el horizonte se llenaba de nubes negras, hinchadas y cargadas de tormenta. Relámpagos cruzaban el cielo, iluminando momentáneamente el lago con un brillo espectral. Y luego llegó el frío.

Un escalofrío recorrió la columna de Alastor, helando hasta la punta de sus aletas. El viento se alzaba con más fuerza, zarandeando la superficie del agua y arrancando hojas y ramas de los árboles cercanos. Y sus huevos... ¡Demonios! ¿En qué estaba pensando?

Con un nudo de pánico en el pecho, Alastor se giró hacia el nido. Los pequeños huevos aún yacían en su refugio, pero la hoja grande con la que los solía trasladar se había desprendido de la arena y ahora flotaba a la deriva, empujada por el viento. Un golpe de pánico lo atravesó al darse cuenta de lo tarde que era.

-No... no... -susurró, la voz temblorosa. Sin perder más tiempo, se lanzó al agua.

Nadó con todas sus fuerzas hacia la hoja, sus aletas abriéndose y cerrándose con desesperación mientras las olas crecían a su alrededor. El viento aullaba, y el agua comenzó a volverse traicionera, dificultando su avance. Cada brazada lo acercaba más, pero la tormenta también lo arrastraba, empujándolo hacia la profundidad oscura. La hoja se tambaleó, balanceándose peligrosamente antes de aterrizar en una orilla cercana, fuera de su alcance.

Pero Alastor no tenía tiempo para rendirse. En medio del caos, sus ojos rojos se fijaron en su nido de nuevo. Entonces, escuchó algo. Un crujido ominoso, como si algo se partiera bajo presión.

Volteó, el pánico floreciendo en su interior al ver de dónde provenía el sonido. A pocos metros de su nido, una rama enorme, gruesa y pesada, comenzaba a ceder bajo el peso del viento y la tormenta. La madera se quejaba, emitiendo un sonido seco y amenazante. Cada segundo que pasaba, la fractura se profundizaba, haciendo que la rama pendiera peligrosamente sobre su nido.

-¡No, no, no! -gimió con el corazón en la garganta.

Sus huevos... ¡Sus bebés!

No podía permitirse ni un segundo más de indecisión. Olvidando por completo la hoja, nadó con una velocidad que nunca antes había experimentado, cada músculo en su cuerpo quemando por el esfuerzo. El agua salpicaba a su alrededor, los vientos ululaban en sus oídos, pero nada importaba más que llegar a tiempo. Con sus ojos fijos en la rama, todo su ser se enfocó en un solo objetivo.

Estaba a solo un par de metros del nido cuando la rama finalmente se rompió. El crujido resonó como un trueno en el aire, y el tronco comenzó a caer, directo hacia sus huevos.

-¡NO!

Con un último impulso desesperado, Alastor se lanzó fuera del agua. Apenas tocó tierra, extendió sus aletas y se cubrió con todo su cuerpo sobre el nido, protegiendo los frágiles cascarones con su propio ser. La rama cayó con un golpe seco y brutal, golpeándolo en la espalda y forzando un alarido de dolor que se ahogó en su garganta. Un crujido sordo reverberó a través de su cuerpo, y un fuego abrasador se extendió desde la base de su columna hasta la punta de sus aletas.

El dolor era insoportable. Su visión se nubló, y por un instante, sintió que iba a desmayarse. El peso de la rama presionaba sus músculos y huesos, y cada respiración le costaba más esfuerzo. Pero bajo él, los huevos seguían intactos. Eso era lo único que importaba.

Con un gemido gutural, se obligó a moverse. Garras temblorosas y resueltas se aferraron a la rama y, con un esfuerzo titánico, la empujó hacia un lado. Sentía que su cuerpo se desgarraba con cada movimiento, pero no se permitió detenerse. Sus bebés debían estar a salvo.

Con el último resquicio de fuerza que le quedaba, Alastor agarró los tres huevos con sus manos, con una delicadeza infinita, y los levantó. La tormenta aullaba a su alrededor, el viento azotaba su cuerpo y la lluvia comenzaba a caer con furia, pero él no se rindió. Aleteando con una tenacidad feroz, se impulsó hacia el agua, llevándolos consigo.

Nadó lentamente hacia la cueva, cada brazada una lucha contra el dolor. El frío mordía su piel, y el agua le pesaba más que nunca. Sentía las fuerzas desvanecerse, pero no podía permitirse fallar ahora. Al fin, después de lo que pareció una eternidad, alcanzó la entrada de la cueva. Las paredes de roca le ofrecían un resguardo del viento y la lluvia, y él se dejó caer con un gemido ahogado.

Con manos temblorosas, depositó los huevos en el lugar más seco y seguro que pudo encontrar. Luego, se acurrucó a su alrededor, cubriéndolos con su cuerpo herido y tembloroso. Cada aliento era un recordatorio del dolor que lo consumía, pero aun así, una débil sonrisa cruzó sus labios.

Había logrado protegerlos. A pesar de todo, sus bebés estaban a salvo.

El viento seguía aullando afuera, y la tormenta rugía con toda su furia, pero Alastor no se movió de su lugar. Cerró los ojos, respirando con dificultad. Podía descansar ahora, al menos por un momento. Porque, por mucho que doliera, nada se comparaba con la tranquilidad de saber que sus huevos estaban seguros.

Con un último suspiro cansado, dejó que el agotamiento lo arrastrara hacia la inconsciencia, aferrado al único pensamiento que lo mantenía en pie:

Sus bebés estarían bien.

:・゚☾𝓜𝓮𝓻𝓶𝓪𝓲𝓭  🧉 🐚𓆉︎ StaticRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora