Los días pasaron, y la vida en el lago se volvió una sinfonía de risas y pequeñas alegrías cotidianas. La luz del sol danzaba sobre la superficie del agua, iluminando el rincón del lago donde Alastor y Vox habían hecho su hogar junto con las dos crías. Los sirenitos eran un torbellino de energía y curiosidad, siempre moviéndose de un lado a otro, explorando cada rincón y descubriendo el mundo a su alrededor. Su hermano mayor, con su pequeña colita trataba de liderar las aventuras bajo la atenta mirada de Alastor, mientras que el recién nacido, aún torpe con sus aletas, hacía todo lo posible por imitarlo, creando escenas adorables que llenaban de risa el entorno.
A pesar de que Alastor y Vox no habían definido oficialmente lo que eran, la dinámica entre ellos había cambiado. Había algo especial en la manera en que compartían las tareas, en cómo se buscaban con la mirada o en cómo Vox se detenía a ayudar a Alastor con las crías sin que él tuviera que pedirlo. Los dos se movían con la facilidad de quienes se conocían profundamente, completándose el uno al otro sin esfuerzo, como si todo ese tiempo juntos hubiera sido solo la preparación para esto: un hogar que construían, paso a paso, cada día.
Esa mañana, Alastor estaba en la orilla, observando a las crías mientras jugaban entre las algas y las conchas. El más pequeño se tambaleaba torpemente al perseguir a su hermano mayor, riendo con cada intento fallido. Alastor sonrió ante la escena, su corazón henchido de alegría al ver a sus hijos tan llenos de vida. Sentía una calidez especial que crecía cada vez que los miraba, un tipo de felicidad que hacía mucho no había experimentado.
-¡Hey! -La voz de Vox resonó detrás de él, grave y juguetona, rompiendo el tranquilo silencio matinal. Alastor giró la cabeza y lo vio acercarse desde la sombra de los árboles, cargando una pequeña cesta llena de caracolas y piedrecillas que había recolectado del bosque cercano. Las hojas crujían bajo sus pies, y su sonrisa era tan luminosa que parecía rivalizar con la luz del sol.
-¿De dónde vienes con todo eso? -preguntó Alastor, divertido.
Vox levantó la cesta con aire triunfal.
-He pensado que nuestros pequeños exploradores necesitan algo más con lo que entretenerse -respondió, acercándose hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que Alastor notara el brillo en sus ojos-. Quiero ver si logramos mantenerlos ocupados por un par de horas, al menos. ¿Te imaginas eso? Algo de paz y silencio para variar.
Alastor se echó a reír, negando con la cabeza.
-No creo que eso sea posible con esos dos -respondió, mirando con cariño a sus hijos, que ahora estaban enzarzados en una especie de juego que involucraba muchas salpicaduras de agua y una competencia por ver quién atrapaba más conchitas con las manos-. Pero me gusta tu optimismo.
Vox se inclinó hacia él, con una sonrisa ladeada.
-¿Qué puedo decir? Me gusta pensar que soy un hombre de grandes esperanzas.
Hubo un momento de silencio, uno de esos momentos que parecían tener su propio lenguaje. Alastor lo miró con una sonrisa más suave, sus ojos rojos brillando con algo que no era solo gratitud o felicidad... sino algo más profundo. Algo que empezaba a parecerse peligrosamente a cariño.
-Bueno, entonces veamos qué tan efectivo es tu plan -dijo finalmente, tomando la cesta de sus manos y girándose para llamar a las crías-. ¡Pequeños! ¡Vengan a ver lo que Vox les ha traído!
Las dos cabezas se alzaron de inmediato, las colitas ondeando emocionadas en el agua mientras los pequeños sirenitos se apresuraban hacia ellos.
-Miren esto -dijo, inclinándose para que pudieran ver mejor. El mayor extendió una mano curiosa, tocando con delicadeza una de las piedrecillas, mientras el más pequeño, aún inseguro, observaba a su hermano con ojos brillantes.
El mayor agarró la piedrecilla con una sonrisa radiante. Vox rió suavemente y comenzó a contarles historias sobre cada uno de los objetos que había traído, dándoles nombres e historias inventadas que hicieron que los pequeños escucharan atentos, a pesar de no entender bien el idioma.
Alastor los miraba en silencio, su pecho llenándose de un calor que lo hacía sentir ligero. La imagen de Vox, inclinado sobre sus crías con tanto amor y paciencia, era algo que jamás había pensado ver. Pero ahí estaba, tan natural como si siempre hubiera estado destinado a ser parte de sus vidas.
Cuando finalmente se quedaron sin más conchitas y piedrecillas que contar, y los pequeños se distrajeron en una nueva competencia para ver quién construía la torre más alta con ellas, Alastor y Vox se retiraron un poco, observándolos desde la distancia. Alastor se deslizó por el agua hasta una roca cercana, apoyando los brazos sobre la superficie para recostarse cómodamente, y Vox se sentó a su lado, tan cerca que casi se tocaban.
-Han estado tan felices estos últimos días -murmuró Alastor, sus ojos aún en sus hijos-. Creo que... no había visto a mi hijo mayor tan lleno de energía desde... desde hace mucho.
-Están felices porque tú lo estás -dijo Vox en voz baja, observándolo con una expresión suave-. Se nota en todo lo que haces. Ellos lo sienten... y lo reflejan.
Alastor lo miró de reojo, y por un segundo, sus miradas se encontraron de nuevo. Había algo ahí, algo que no era solo compañerismo o amistad. Algo que había ido creciendo lentamente, como una flor abriéndose bajo la luz del sol.
-Vox... -murmuró, sintiendo su corazón acelerarse-. Yo...
Pero antes de que pudiera decir algo más, una pequeña risa los interrumpió. Se giraron para ver a las crías, que habían terminado sus torres y ahora se lanzaban sobre las piedras, felices y satisfechos. Alastor sonrió con ternura y luego miró a Vox de nuevo, que lo observaba con una intensidad cálida.
-No tienes que decir nada, Alastor -susurró Vox, acercándose un poco más, apenas unos centímetros-. Solo... quiero que sepas que no tienes que apresurarte a decidir nada. Yo estoy aquí. Y lo estaré... siempre que tú me necesites.
El silencio que siguió estuvo cargado de emociones. Alastor tragó saliva, sintiendo que sus ojos se nublaban ligeramente con una mezcla de gratitud y algo más profundo.
-Gracias, Vox -murmuró finalmente, su voz apenas un susurro-. De verdad... gracias por estar aquí.
Y con eso, se quedaron ahí, uno al lado del otro, compartiendo la misma paz y alegría de ver a las dos crías reír y jugar. Sin palabras, pero con el entendimiento de que, aunque no lo hubieran oficializado aún, ya eran algo más que simples amigos.
Eran un hogar.
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:・゚☾𝓜𝓮𝓻𝓶𝓪𝓲𝓭 🧉 🐚𓆉︎ StaticRadio
RomanceVox esta dispuesto a cazar a aquella criatura de la que tantos pescadores hablan, sin saber que pondra en juego sus sentimientos. Vox: cazador Alastor: sireno créditos de la portada a: @Rammakela (youtube)