Capítulo 19

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—Solía regañarme cuando corría —le empiezo a contar—, después de eso, volvía a correr.

—Eras algo rebelde —me sonríe.

—Un poco, quizás.

Seguimos el camino. Todas las casas conservan sus colores llamativos. Los azules, los rosas, el verde e incluso la única casa amarilla, siguen brillando como pequeñas luces. Todas están llenas de uno que otro coral y vegetación marina, no se mucho al respecto, deje de tener interés al mar desde que ocurrió todo esto.

—La casa amarilla era de una joven a la que le encantaban los girasoles —sigo contando—, tenía una panadería, bueno, solo cocinaba galletas y alguna que otra tarta, ¿cómo se le llamaría eso?

—Buena pregunta —Neuvillette parece tomarse la pregunta en serio, algo típico en él.

Caminamos pasando por una casa azul. Su puerta aún conserva el pequeño dibujo que le hice con mi amiga, ¿quién diría que aún sigue ahí? Me acerco y me pongo de cuclillas, tocó sobre nuestro dibujo, sintiendo como si los recuerdos fluyeran.

—Tenía una amiga que solía pintar mucho —le digo mientras siento que se acerca—, sus padres le compraron algunas pinturas, me pidió que fuera su público y dibujo esto mientras yo me entretenía viendo las mariposas jugando sobre los dientes de león que nacían, en gran abundancia, en su pequeño patio.

Recuerdo que las mariposas eran amarillas y blancas, jugaban persiguiendo una a la otra y a la otra, volando de flor en flor, estaba seguro de escuchar sus risas. Y al voltear hacia mi amiga, pude notar que la puerta tenía una pequeña foca, parecía jugar con algunas burbujas.

—Ella amaba el mar —digo—, vamos, mi florería no está tan lejos.

Ahora si que estoy más tranquilo, volver aquí, tener la oportunidad de inmortalizar a todo mi hogar me hace sentir que estoy cumpliendo mi meta de vida.

Caminamos, le cuento sobre cada uno, en realidad éramos menos de doscientas personas y, aunque no recuerdo todos sus nombres, si hay algo que contar. Señalo los lugares donde solía correr o jugar. Señalo las casas de los mayores o jóvenes, algunos que se daban el tiempo de regañar mis travesuras, que me enseñaron a leer o iban a comprar algunas flores. Incluso sobre aquellos solían llevar algunas comidas para que no nos saltaramos alguna y crecieramos grandes y fuertes. Llego a la parte donde se involucra mi hermano.

—Wilfried —digo—, ese era el nombre de mi hermano.

Miró a Neuvillette.

—Significa "deseando la paz" —me responde.

—Oh, sabes sobre su nombre.

—Ustedes dos tienen nombres muy poco comunes.

—Ese era el propósito de nuestros padres —suspiro y dejó ver una pequeña sonrisa—, me contaron que deseaban que fuéramos únicos, al igual que nuestros nombres.

—Y lo lograron —me sonríe—, ustedes son únicos.

No se responder, tan sólo vuelvo al camino hasta mi antiguo hogar. Mi sonrisa desaparece poco a poco, mi florería no tiene la puerta de la entrada y en suelo esta enterrado el cartel que había tallado mi padre para abrir la tienda. Me acercó, me gacho y la empiezo a desenterrar. Mis ojos se llenan de lágrimas, recuerdo ese día, mi padre tallando la madera, mi madre calmando los llantos de mi hermano y yo haciendo caras hacia él para ayudarle. Esa imagen me rompe, me hace sentir un nudo en la garganta.

Neuvillette se me acerca, se quita sus guantes y me ayuda a sacarla. Limpio mis lágrimas con el dorso de mi brazo, estoy llorando demasiado.

Logramos sacarlo. Llevo el tallado junto a mi cuerpo y él me sigue hasta llegar adentro de mi casa. Recuerdo aquellos días cuando mi hermano llegaba a casa, empapado, a veces con una enorme sonrisa cuando sus gritos habían cambiado el llanto del dragón, pero en ocasiones entristecido por no haberle brindado un poco de paz.

El llanto del Dragón ﻌ [Fanfic] ☑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora