12

14 2 0
                                    

Habían pasado horas desde que dejó de sentirse deprimido, pero al salir del trabajo, esa sensación oscura volvió, y se sentía peor sabiendo que no debería sentirse así. No era su culpa, o al menos eso intentaba decirse. Ya casi era medianoche y las calles estaban vacías; de vez en cuando pasaba algún auto. Aun así, no podía confiarse demasiado, y fue ahí cuando cometió la peor decisión de la noche: desviarse.

Pensó que tomar un atajo por un callejón lo haría llegar más rápido a casa. Todo estaba en silencio cuando de repente escuchó un ruido detrás de él. Estaba a punto de llegar al final del callejón cuando tres hombres altos aparecieron de la nada, congelándolo al instante.

—¿Estás perdido, niño? —preguntó uno de ellos con una voz gruesa, casi burlona. El corazón de Felix latía descontrolado y las manos empezaron a sudarle.

—No, yo... no —intentó responder, tartamudeando.

—¿Qué hace un angelito como tú por aquí? —otro de los hombres añadió con una sonrisa desagradable.

—Me equivoqué de camino... —trató de excusarse, pero no podía evitar que su voz sonara quebrada, lo que provocó la risa de uno de ellos.

—Si quieres pasar, vas a tener que darnos algo —dijo el primero.

—No, yo solo... —Felix intentó retroceder, pero ninguno de ellos se movió. Estaba a punto de darse la vuelta cuando su teléfono empezó a vibrar, rompiendo el silencio tenso. A toda prisa, lo sacó para silenciarlo, pero fue demasiado tarde.

—Oh, mira, un lindo teléfono —comentó uno de ellos con una sonrisa burlona—. Sería un buen regalo de cumpleaños para mi hija, ¿no creen?

Felix intentó correr, pero una mano fuerte lo agarró del brazo, arrastrándolo hacia la oscuridad del callejón. Gritó con todas sus fuerzas, pero una mano grande cubrió su boca.

—¡Shh! Tranquilo, bonito. No te haremos daño si nos das el teléfono.

Las lágrimas empezaron a acumularse en los ojos de Felix, y fue entonces cuando notó el fuerte olor a alcohol que emanaba del hombre que lo sostenía.

—El teléfono, ahora —dijo otro de los hombres, su voz llena de impaciencia. Felix estaba demasiado asustado para moverse, paralizado por el miedo. De repente, un tipo con una cicatriz en la cara, salió de las sombras. Llevaba un cigarro entre los dientes y una expresión maliciosa.

—Lo tiene en el bolsillo, sostenlo —ordenó el de la cicatriz, acercándose peligrosamente.

—¡No, no me toques! —Felix gritó, pero el sonido fue ahogado por la mano que aún cubría su boca. El hombre con la cicatriz se acercó y metió su mano en el bolsillo de Felix, sacando el teléfono mientras lamía sus labios.

—Bonito teléfono —dijo mientras lo examinaba—. Será perfecto para tu hija.

—¿Lo dejamos ir? —preguntó el que lo sujetaba.

El de la cicatriz bajó la mirada al cuerpo de Felix, sus ojos recorriéndolo de manera perturbadora.

—Dámelo —ordenó. En un instante, el tipo que sostenía a Felix lo soltó, solo para que el de la cicatriz lo agarrara de nuevo, poniéndolo de espaldas y tapando su boca otra vez.

—Coopera y no tendrás problemas, pero si gritas... te irá mal, pequeño.

Cuando aflojó su agarre, Felix no pudo contenerse y gritó.

—¡Ayúdenme! ¡Por fav...!

El golpe fue tan rápido que ni siquiera lo vio venir. Sintió el impacto en su mejilla, desestabilizándolo y haciéndolo caer al suelo. El sabor metálico de la sangre llenó su boca cuando intentaba recomponerse.

NervousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora