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—¿Te asustaste? —preguntó la voz detrás de mí

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—¿Te asustaste? —preguntó la voz detrás de mí.

Mi mente se congeló. No hacía falta que me girara para saber quién era. Sabía perfectamente quién me había atrapado.

—Tú... —murmuré, sintiendo el peso de su presencia.

—Qué casualidad encontrarte aquí otra vez, angelito. —El hombre se acercó lo suficiente para que pudiera sentir su aliento en mi cuello, incluso a través de la máscara—. Este lugar no es para alguien como tú —añadió, su voz suave, casi seductora—. ¿Viniste hasta acá solo para volver a verme?

—Si dependiera de mí, ya me habría ido.

—¿Te acompaño a la salida? —preguntó, inclinándose aún más.

Levanté la barbilla, tratando de mantener la compostura mientras le sostenía la mirada.

—No necesito tu ayuda —repliqué, pero su risa baja resonó entre nosotros.

—Eso no parecía hace un momento —replicó, acorralándome contra la pared. Ahora estaba atrapado entre el muro frío y su cuerpo, mucho más grande y dominante que el mío.

—¿Por qué... tú...? —traté de hablar, pero mi voz temblaba con cada palabra, delatando mi nerviosismo.

El hombre se inclinó aún más, su máscara ocultaba sus ojos, pero sentía su mirada penetrante clavada en mí.

—¿Te sorprende? —susurró, con un toque de diversión en su voz. Levantó una mano, y sus dedos rozaron el borde de la máscara, como si me estuviera tentando a quitársela.

Respiré hondo, tratando de recuperar algo de control.

—Ya me cansé de esto —dije, más para convencerme a mí mismo que a él—. No pienso seguir con esto.

—¿A dónde van tus fantasías cuando estás solo?—murmuró, su dedo rozando mi mejilla con una suavidad que me desarmaba—. Puedo convertirme en el más oscuro de tus deseos.

—Déjame en paz —exigí, tratando de sonar firme, pero fallé al intento, ya que mi voz se debilitó; su presencia me consumía—. No eres más que un payaso, seas quien seas.

—Y, sin embargo, sigues aquí. —Su respuesta fue directa, casi burlona—. No te estoy obligando a hablarme, no te voy a detener si te vas, pero no lo has hecho. ¿Te gusta mi presencia? —Sus palabras acariciaban el borde de mi autocontrol—. Si realmente quieres irte, tendrás que jugar una última ronda conmigo.

Mi corazón latía con fuerza. No era miedo lo que me tenía atrapado, era algo más, algo que no quería admitir, pero que ardía en el fondo de mi mente.

—¿Y qué clase de juego es ese? —pregunté, maldiciéndome internamente por seguirle el juego.

Él se acercó aún más. Su voz grave y ronca rozó mi oído, tan baja que solo yo podía escucharla.

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