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El cansancio se hacía presente después de tanto correr

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El cansancio se hacía presente después de tanto correr. Me apoyé en uno de los espejos para recuperar el aliento, pero, en lugar de detenerme, el espejo me llevó hacia atrás. Las luces rosas y violetas se desvanecieron al instante, dejándome caer en un abismo de oscuridad. Fue como deslizarme hacia el vacío, hasta que unas manos firmes me atraparon en el último segundo.

—¿Te perdiste, ángel? —susurró una voz profunda, resonando en la penumbra.

Tratando de recomponerme, me revolví para soltarme, pero su agarre era sólido. Al girarme para verlo, me sujetó por los hombros, firme.

—Mira al frente —ordenó, y su tono me paralizó.

—¿Quién eres? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—¿Importa? —respondió, desestimando mi pregunta.

—Estoy en un maldito lugar desconocido, atrapado con un puto extraño... ¡Claro que importa! —exclamé, la frustración saliendo en cada palabra.

Él soltó una risa ronca. —Vaya, qué respuesta agresiva para alguien que parece tan... angelical.

—No me voy a disculpar. No me interesa —respondí—. Solo quiero saber dónde estoy y qué haces aquí.

—¿Vas a dejar de hacer preguntas en algún momento? —espetó con irritación. Intenté forcejear, pero era inútil; su fuerza era aplastante, y, sin entender por qué, mi cuerpo apenas reaccionaba, como si esa presencia estuviera drenando mis energías.

—Si no vas a decirme quién eres, entonces suéltame.

—Lo haré si no intentas mirarme.

—No acepto condiciones de alguien que me está tocando sin permiso.

—Y yo no te doy permiso para mirarme —advirtió, amenazante.

El desconocido se inclinó, y sentí su respiración en mi oído.

—No voy a lastimarte, angelito, —murmuró en voz baja— no tienes por qué temer... a menos que eso te guste.

—Lo único que quiero es salir de aquí.

—¿Seguro? Podría ofrecerte otro tipo de ayuda —susurró. La suavidad de su voz fue como una caricia a mi oreja.

—No quiero nada de ti.

Él rió de nuevo.

—Estaré esperando a que cambies de opinión.

—Entonces siéntate a esperar. Ni siquiera sé quién eres y no me interesa averiguarlo. Además, si tienes otras intenciones, olvídalo; tengo pareja.

—Mientes. No están juntos, además... él no está aquí —respondió con una tranquilidad que me molestó—. Ahora, si quieres salir, camina.

El suelo debajo de mí era desigual, con cables que me obligaban a moverme con cuidado. A los lados, noté soportes metálicos que apenas podía distinguir en la penumbra.

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