Pertenecerse enteramente a sí misma

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Doña Marta : gracias por su confianza y gracias, sobre todo, por entender que no hay mayor « anhelo de mujer » que pertenecerse enteramente a sí misma.

Fina cerró la pequeña nota y la metió en uno de sus bolsillos, sonriendo. Meditó durante un tiempo si era correcto enviársela. Si traspasaba un límite de confianza que todavía no tenían, si sabría entender sus palabras. Si era muy tonto o muy torpe. Si tenía algún sentido. En medio de eso empezó a llenarse la oficina, ya era la hora de entrada.

—Fina —la saludó Isabel— felicitaciones por tu primer artículo, espero que doña Marta te tenga consideración —le dijo con ironía.

—Déjala tranquila, hombre —interrumpió Jacinto— es su primera semana, ya tendrá tiempo para padecer a la jefe.

—Buenos días Isabel y buenos días, Jacinto —respondió ella en tono neutro— Isabel, por de lo doña Marta no te preocupes, ella sabía perfectamente lo que iba a publicar, leyó el texto hasta la última coma. Supongo que ella sabe más del negocio que todos nosotros, ¿no? y gracias, Jacinto, pero no necesito defensores. Ya me valgo yo por misma.

—No te enojes, mujer, una bromilla para empezar el lunes. Por cierto, estás muy guapa, guapa —le dijo Jacinto sonriendo y alejándose a su cubículo.

—Llevas una semana, Fina, no cometas el error de creer que conoces a la gran Marta de la Reina. Estoy segura que ni siquiera su marido la conoce —le dijo Isabel en tono de advertencia y se alejó también.

Durante la hora de almuerzo Fina era el tema de conversación. Todos tenían una opinión sobre su artículo y ahora, que era evidente que no había sido del desagrado de doña Marta, todos parecían interesados en ella.

—¿Y entonces, Fina, cómo es que llegaste aquí ?, ¿dónde has estudiado ? Aquí todos somos de la capital. Casi todos estudiamos juntos. ¿Tú de dónde vienes? —preguntó María.

Fina era una mujer muy segura de sí misma pero no le gustaba sentirse cuestionada y no le gustaba revelar detalles de su vida personal. Siempre se cerraba en banda cuando se sentía invadida.

—Vengo del interior, de la misma ciudad de doña Marta. No he estudiado en la universidad. Soy sobre todo autodidacta. Toda la vida he sido muy buena lectora y he tomado cursos por correspondencia de literatura y filosofía. Empecé a enviar artículos a algunos medios y como les gustaba lo que enviaba los publicaban. Así empecé en esto. Luego trabajé en un periódico de mi pueblo y aquí estoy. Eso es todo.

—Hum —musitó Isabel con desaprobación.

—Pero venga, pasemos a cosas más interesantes —quiso terciar Begoña— ¿tienes novio, estás casada?

—No —respondió Fina con firmeza.

— Bah, no te creo —respondió juguetona Begoña, una chica tan guapa como tú, algún chico del pueblo habrá, mínimo.

— No —volvió a responder Fina con firmeza.

—Qué más dará, aquí en la capital hay muy buenos prospectos. Le vamos a preguntar dentro de un mes y estoy segura que la respuesta será sí. ¿No es verdad que aquí hay muy buenos prospectos para una chica como Fina, eh ? —y miraba a Jacinto con complicidad mientras lo decía.

— Venga, no me dejes en evidencia, Begoña —se quejó Jacinto coquetamente.

Luego todos se rieron y pasaron a otras cosas. Fina se reía también, pero se sabía inspeccionada. Sabía que era el centro de atención y que sus compañeros creían que ella no merecía estar ahí y que especulaban que estaba ahí por enchufamiento. Lo peor de todo es que probablemente era verdad pero no le importaba, ya había librado muchas batallas en su vida, esta sería una más. Fina Valero es, ante todo, una mujer valiente. Ya lo descubrirán cuando haga falta, se dijo.

A las 6 de la tarde, hora habitual del cierre de redacción, Fina se metió la mano al bolsillo y sacó la pequeña notita que había escrito en la mañana. Esperó que sus compañeros y la secretaria salieran y se quedó de última. Vio la luz encendida en la oficina de doña Marta y decidió, en lugar de tocar la puerta, deslizar la notita por debajo.

Una vez deslizada salió casi corriendo. Se sentía nerviosa, como una cría que juega a tocar puertas de casas ajenas y a esconderse por si acaso abren. Tenía el corazón agitado. Pero « ya está, se dijo ». Si ha sido un error, ya está hecho.

Doña Marta solía ser la última en irse. Se lo había enseñado su padre. « A nadie le importa tanto tu negocio como a ti misma. Tienes que tratar de ser siempre la primera en llegar y la última en irte ». Lo hacía por costumbre, es verdad, pero también porque no tenía mucho de lo que llaman « vida privada ». Su esposo era diplomático y por lo tanto estaba casi siempre de viaje. No habían tenido hijos y dada la carrera de ambos no consideraron tener tiempo para eso y porque, siendo honesta, doña Marta nunca se había visto como una madre, no estaba dispuesta a hacer ninguno de los sacrificios que implicaba la maternidad. Ella siempre habia ambicionado otras cosas. Ocupar otros espacios.

Estaba revisando las pautas publicitarias que habían pagado sus clientes este mes, cuando vio la pequeña notita en medio de la oficina. Primero pensó que era algún papel que se le había caído a ella o a Claudia y no pensó en recogerlo. Pero luego le picó la curiosidad porque lo vio envuelto con mucho sigilo como para tratarse de un papel que se hubiera caído accidentalmente. Lo abrió y leyó: « Doña Marta: gracias por su confianza y gracias, sobre todo, por entender que no hay mayor «anhelo de mujer» que pertenecerse enteramente a sí misma».

No estaba firmado pero supo inmediatamente de quien se trataba. Su nueva reportera. Su nueva e interesante reportera. Su nueva, interesante e insolente reportera. Sonrió mientras releía la nota. Recordó que hacía muchos años no recibía una nota así de personal, así de íntima y, al mismo tiempo, de profunda. No la había recibido ni de sus amigos, ni de su familia y mucho menos de su marido. «Pertenecerse a sí misma», repitió para sus adentros. «Qué chica esta, qué chica. Qué voy a hacer con ella. Insolente y valiente, mira que deslizarle una nota a su jefe, no lo haría ni yo con mi padre».

Doña Marta no pensaba responderle nada. No era su estilo generar confianzas de más con sus empleados. También le había enseñado eso su padre: que verse inaccesible era la mejor imagen que debía proyectar un jefe para inspirar respeto. Siempre había actuado así y esta no tenía que ser ninguna excepción. Pero entonces seguía en su mente esa frase «no hay mayor anhelo de mujer que pertenecerse a sí misma» y le pareció que había logrado una frase tan precisa y tan elegante para describir lo que en el fondo ella siempre había querido para su revista y para su vida misma que sintió el impulso de responderle. Sintió el deseo de hacerle saber que ella había entendido lo que quería decir. Que no solo había logrado un gran artículo sino también una frase que iba a dejarla pensando, de nuevo, toda la noche.

Así que, en un impulso que no sabía de donde venía, ella también tomó un cuarderno de su escritorio, tomó la pluma con la que solía firmar sus contratos y sus cheques y empezó a escribir.

« Fina » fue la primera palabra.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora