Natural Woman (Parte I)

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Marta era perfectamente consciente de lo que significaba abrazarse a Fina mientras bailaban. Mientras bailaban esa canción. Esa canción con esa voz, esa letra y esa melodía a la vez oscura y profunda, sugerente e íntima. Sabía que ese movimiento suyo de abrazarse al cuello de Fina era una señal y abría una puerta. Entonces cuando ella le respondió, tomándola por la cintura y atrayéndola, sintió que Fina había accedido a entrar por esa puerta y ahora ambas estaban en el mismo punto. Todo estaba por jugarse.

Bailando con Fina, Marta experimentó también una sensación desconocida para ella hasta ese momento: la absurda paradoja de no poder disfrutar plenamente de un momento de placer por miedo a que termine. La canción duraba poco menos de tres minutos. ¿Cómo iba a lograr extenderlos para que fueran, o al menos parecieran, cinco, veinte, toda la noche?

Por eso empezó a ponerse ansiosa cuando se dio cuenta de que la canción estaba próxima a terminar, le aterrorizaba la idea de que ese punto de intimidad que habían logrado se rompiera de repente por cualquier detalle, por el mínimo movimiento equivocado, por la mínima intervención externa porque así como Marta estaba siendo plenamente consciente de estar abriendo una puerta, estaba muy consciente también de estar jugando con fuego, de estar cruzando todas las líneas rojas y temía que ese arrojo que les estaba permitiendo correr ese riesgo las abandonara en cualquier momento. Temía una retirada. Temía que les ganara el sentido de realidad, el miedo, el sentido del deber.

Eran ya los últimos compases cuando sintió que Fina, suave pero decididamente, puso su rostro justo en frente del suyo. Entonces Marta, intuyendo lo que vendría a continuación y sin poder controlar su reacción, ni su cuerpo ni sus pensamientos, se quedó paralizada. Cuando sintió los labios de Fina, húmedos, cálidos y suaves, tocando los suyos se estremeció por completo y -por un instante- se despersonalizó y se vio desde fuera. Ella, Marta de la Reina, besada por esa mujer, en un ocaso en la montaña con la voz de Nina Simone de fondo. Cuando estaba por volver sobre sí misma para retomar el control de su cuerpo, solo pudo ver a Fina liberarse del abrazo que las unía, tomar sus cosas e irse mientras decía cosas que Marta no entendía.

Cuando la puerta se cerró ella se quedó en la misma posición unos instantes más absolutamente sobrepasada por todas las emociones, pensamientos e imágenes mezcladas que la atravesaban sin tregua. La sensación de los labios de Fina sobre los suyos, esa atmósfera de intimidad lograda, ellas bailando como si se tratara de un típico cortejo entre hombres y mujeres. Fina tomándola por la cintura y ella abrazaba a su cuello. Qué improbable locura.

El primer pensamiento articulado que tuvo en medio de ese torrente es que este era un punto de no retorno. Todo lo que había sucedido entre ellas hasta entonces eran sugerencias, era un juego de insinuaciones y eso les daba la sensación de control. Podían parar en cualquier momento y podían negarlo -y negarse a sí mismas- todo en cualquier momento. Podían decirse "bueno, todo esto no ha sido más que un malentendido, no ha pasado nada, no hay hechos que indiquen otra cosa más que alguna palabra o un gesto mal interpretado".

Marta pensó que Fina había sentido, de algún modo, esa sensación de irreversibilidad, de punto de no retorno. ¿Qué hacer ahora?, ¿cuál era el siguiente paso?, ¿debía haber alguno?, ¿vendría la retirada?, ¿habían ido demasiado lejos y aquí debían marcar, ahora sí, los límites?, ¿debería sobre todo marcarlos ella, como la mujer normal que era, la mujer casada que era, la jefa y la de la Reina que era?

***

En medio de toda la confusión y conmoción, en Fina predominaban dos sensaciones. La de estar completamente jugada y la de no haber sabido leer la situación y haber tensado mucho la cuerda hasta romperla. Ella ya había declarado completamente sus intenciones y eso no tenía vuelta atrás. No se desbesa, no se rehace la cuerda.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora