El camino no elegido

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Bajo la mirada curiosa de Begoña, Isabel y Carmen, que aún rondaban por la sala de redacción a esa hora, Fina -también temblando- abrió presurosa el sobre. Tenía miedo de su contenido y no sabía si estaba consiguiendo disimular su creciente ansiedad. Esto era, sin duda, lo más atrevido que Marta se había permitido entre ellas en público. ¿Qué era eso tan urgente que tenía para decirle después de tanto silencio e indiferencia? Sabía que sus colegas jamás contemplarían ni siquiera mínimamente la verdadera naturaleza del contenido de ese sobre fuera cual fuera y, en cambio, barajarían cualquier favoritismo de carácter profesional. Lo que ella creía que sí podría delatarla no era el acto en sí mismo -el simple intercambio de un sobre de jefe a empleada- sino su reacción ante él. Su expectativa, su evidente nerviosismo.

Cuando desplegó el papel descubrió la elegante caligrafía de Marta, esa que ya conocía bien, pero que en esta ocasión se veía mucho más nerviosa, trepidante. No había terminado aún de leer la primera línea cuando una electricidad recorrió todo su cuerpo. Reconoció de inmediato el poema. Notablemente agitada, avanzó rápido entre las letras. Ávida, anhelante.

A media carta, sentía ya muy intenso y urgente el ardor en su vientre. En su vientre y en su pecho. Olvidó pronto que estaba siendo observada. Olvidó que estaba en la sala de redacción y volvió a la intimidad de ese cuarto de hotel -que tampoco era un cuarto de hotel, que era un lugar sin tiempo y sin espacio. Un lugar que no era un lugar si no sensación, un estado de ánimo-.

"Siempre hay abejas en tu pelo, Fina". Y entonces sintió un vértigo, un leve mareo. Piernas débiles, pecho desbocado. Marta, firmó por primera vez, con familiaridad. Como un secreto compartido entre ambas. Como una reafirmación de su intimidad.

Volvió desordenadamente sobre la carta, leía frases, palabras, fragmentos. Incrédula, halagada, conmovida, extasiada. Ahí estaba de nuevo Marta, sorprendiéndola una vez más. Qué mujer insondable, se dijo. Fascinante siempre. Incluso, o justo por eso, en medio de sus propias contradicciones.

Levantó ligeramente la mirada y vio que la luz en la oficina de dirección seguía encendida. Entonces, en medio del ardor y el vértigo, también tomó papel y lápiz y empezó a escribir con rapidez, con urgencia.

Tengo malas noticias para usted, Señora.

No es así como va a conseguir alejarme de usted, créame. Usted no me está alejando, al contrario, me está atrayendo inevitablemente, con mayor fuerza y con mayor peligrosidad, a ese abismo al que yo no le temo.
Venga, que yo la estoy esperando al filo del abismo. Déjese caer, doña Marta. Take my hand y caigamos juntas.

P.D: Cuando salga de aquí, en unos minutos, iré directo al café del centro obrero. Usted sabe cuál. Estaré sentada en la mesita privada del fondo. Usted sabe cuál. Voy a ordenar el mejor vino francés de la carta y voy a pedirle al camarero dos copas porque le diré que espero a alguien. Voy a tomarme la primera copa yo sola y probablemente la segunda. Si para la tercera copa la Señora Importante que espero aún no ha llegado, pediré la cuenta y me iré habiendo entendido entonces que ella ha optado por mantenerse en la seguridad de la superficie. Sin preguntar nada adicional nunca más y sin el menor juicio de mi parte, prometo que jamás volveré a sugerirle ni a tentarla con lanzarnos a este abismo. Quedará cerrado para siempre. Como si nunca hubiera existido.

Suya, (si así usted lo decide)
Fina

Plegó la nota con premura. Isabel y Carmen ya se habían ido pero Begoña seguía allí. Sintió que la miraba de soslayo pero no le importó. Recogió sus cosas con prisa y cuando pasó por la dirección, que estaba cercana a la salida, deslizó la nota por debajo de la puerta.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora