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Así que esto es a lo que llaman «dejarse llevar», continuó reflexionando Marta, ya en su casa, ya en su cama. Todo lo que había sucedido las últimas semanas con respecto a Fina no le pasaban evidentemente por la racionalidad, le pasaban por el instinto, le pasaban por las entrañas, no por la cabeza.

Estaba experimentando emociones a las que ella no estaba, de ninguna manera, habituada. Marta de la Reina siempre había sido una mujer controlada. Una mujer que hacía exactamente lo que se esperaba de ella, que no le daba sorpresas a nadie y que jamás se sorprendía de sí misma. Sin embargo se dio cuenta de que se gustaba también así: impredecible. Se sentía vivísima, más viva que nunca. «Es como si hubiera estado muchos años dormida», se dijo. «La pregunta ahora, Marta, es hasta dónde vas a permitirte esto».

La cita con Fina le parecía un enorme riesgo pero quería correrlo. Fina le interesaba de muchas maneras que aún no lograba descifrar. Sentía una creciente curiosidad por ella. Es verdad que quería tomarse ese café, que quería conversar con ella, que quería saber qué tenía para decirle fuera de las conversaciones estrictamente laborales.

Se tranquilizó pensando que después de todo era un simple café entre jefa y empleada y que a nadie se le ocurriría ver en ello una segunda intención y mucho menos una interacción más allá de lo aceptable y normal entre dos dos mujeres. Y que tampoco se le ocurriría a Fina ni debía ocurrírsele a ella misma.

Entre dos mujeres, además, cuyos padres se conocen de toda la vida. Nada tiene de raro, no tiene por qué tenerlo, que dos mujeres con una relación laboral y entre sus familias se tomen un café. «Vamos a ver, Marta, que no es como que te estés citando con un hombre en un bar de luces rojas en medio de la noche. Eso es. Es un café entre una jefa y una empleada, eso es todo, punto».

Marta también pensaba, frecuentemente, en qué pasaba por la cabeza de la redactora. ¿Le ocurrirá algo similar o esta locura era solo un asunto de ella no correspondido? No, claro que no era algo correspondido, Fina se veía como una chica normal, vamos a ver. Pero bueno, ella también se veía como una señora normal si es que esa era la cuestión. En cualquier caso, esta locura era solo suya. «Pero y si no... ¿y si no? Y si no vale mejor no descubrirlo nunca» sentenció para sí misma, aturdida con sus propios pensamientos.

***

-Fina, Fina -la llamó Jacinto desde su escritorio, a unos metros de distancia.

-Perdón, estaba distraída.

-Llevas así unos días, ¿eh? -le reprochó Begoña -Que estamos todos hablando para quedar el viernes a tomarnos unos vinos en el apartamento de Tasio. Él dijo que seguro tú ibas, que se lo habías prometido.

-¿Pero qué promesa?, ¿qué viernes? -Dijo Fina confundida.

-Sí, sí. Este viernes. Es que nos chivó Claudia que doña Marta se va temprano ese día porque tiene una cita fuera de la oficina con un cliente a las 5 de la tarde, así que vamos a aprovechar para escabullirnos temprano nosotros también -explicó Begoña.

-Yo... bueno... a ver -Fina no llegaba a explicarse porque cómo decirles que ella era ese cliente. Tenía la sensación de estar en un interrogatorio policial tras cometer un delito. Pero, ¿qué delito si solo iba a tomarse un café con su jefe en agradecimiento? Y, si era algo tan simple como eso, ¿por qué sentía entonces que estaba haciendo algo inconfesable?

-Chicos, es que no puedo -dijo finalmente- es que justo a esa hora debo salir también a hacer una última y pequeña entrevista para terminar mi artículo el sábado, no será larga, pero mi fuente solo está disponible a esa hora.

- Fina, pero si llevas muy adelantado tu artículo, no me habías dicho que necesitaras una entrevista más -acotó Carmen, la editora en jefe que dado su cargo sabía exactamente lo que hacía cada uno de ellos, todo el tiempo. Y Carmen tenía razón. Fina tenía casi terminado su artículo de la semana.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora