Acuerdos tácitos

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Tras despedirse, a Fina le tomó unos quince minutos llegar al edificio amarillo de la Plaza Grande. Ese trayecto en medio del centro obrero, que le hubiera parecido hostil en otro momento, le había resultado poco más que un camino de rosas. Aunque a su alrededor todo era caos -los autos, la gente, los edificios, las tiendas, el vertiginoso movimiento de viernes por la tarde- ella se sentía en una nube, apartada del mundo. En su mente, Fina trataba de rehacer esas dos horas de conversación. Trataba de retenerlo todo. En su mente, esos ojos azules mirándola fijamente, atravesándola. En su mente su olor llenándolo todo. En su mente esas manos, blanquísimas y estilizadas, levantando la copa de vino, posándose sobre las suyas. En su mente su boca y ese hermoso labio superior suyo con un arco de cupido delicadamente delineado y ligeramente más voluminoso que el inferior. En su mente, esa sonrisa, esa risa. En su mente una mujer.

Esa mujer.

Una a la que le había gustado el poema. Una que seguía abriéndole puertas que no creyó que existieran siquiera. Una mujer que no cesaba de sorprenderla. Que estaba llena de capas que ella estaba amando desmantelar, una a una. Y no pensaba parar de hacerlo.

Tan pronto llegó a la tercera planta supo cuál era el apartamento de Tasio porque la música estaba alta y se escuchaban muchas conversaciones simultáneas. Estaba sonando Let It Be, que recién había salido esa primavera y no dejaba de sonar en todos lados. A Fina le encantaba esa canción, como le encantaba a todos. Tan pronto llamó a la puerta la recibió Tasio, besándole la mejilla y tomándola por la cintura. Un gesto inesperado para Fina.

—Bienvenida, guapísima. Nos pensábamos que ya no llegabas.

—Se me ha hecho algo tarde... pero aquí estoy —le dijo algo desconcertada.

—Y bueno, creo que has comenzado ya la fiesta, porque tienes las mejillas sonrojadísimas, amiga, y eso solo significa que alguien ya ha empezado con los vinos —le dijo a forma de saludo jovial Begoña.

Fina se rio —bueno, solo bebí dos copas, no ha sido para tanto.

Claudia, que estaba sentada cerca al balcón, la llamó a su lado. Fina acudió pronta.

—Óyeme, Fini. Que he visto cómo te ha saludado Tasio... no te fíes de ese muchacho, mira que yo sé por qué te lo digo. Ese chico es de los que te envuelve, te envuelve y... bueno.

—Créeme, no soy el tipo de mujer que se deja envolver y envolver. Y menos por... por un hombre... un hombre como Tasio, quiero decir —le respondió Fina con ternura.

—Pues qué bueno. Es que tú eres una mujer muy plantada. Ya quisiera yo, vamos. Parecida a doña Marta, ¿sabes? no sé sé si me explico.

—Eres un encanto, venga, vamos a bailar.

Fina se llevó a Claudia al centro de la sala de estar donde estaban todos bailando, ahora One After 909. Reían y bebían vino. Uno menos bueno que el que había compartido con Marta unas horas atrás.

—Yo quiero tener las mismas fuentes de Fina... que la invitan un viernes por la tarde a unos vinos y la dejan con semejante sonrisa de oreja a oreja —le bromeó Begoña

—Que nos diga el nombre de ese caballero, que a lo mejor yo también le tengo algunas preguntas para hacerle —secundó Isabel.

Fina estaba a punto de sentirse incómoda cuando notó que Claudia se había ido sola al balcón. Fue tras ella en parte para escapar de la situación, en parte porque le preocupaba.

—A ti te pasa algo, Claudia.

—Nada, Fini, no te preocupes.

—No se te da bien mentir. Está bien si no me lo dices, recién me conoces, pero quiero que sepas que si algo puedo hacer por ti, aquí estoy —le dijo Fina como una mera formalidad, sabiendo que Claudia no le diría nada.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora