Natural Woman (Parte II)

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Viendo a Fina así -tumbada en la cama, casi desnuda, con los ojos cerrados, completamente exhausta y extasiada- Marta sintió que por primera vez en su vida estaba en presencia del placer. Del placer por el placer. Fue consciente de como aquello que acababa de ver y de hacer era una enorme rebeldía que no tenía otra razón que eso: el placer. A Marta le habían enseñado que el sexo hacía parte la vida de las esposas -no de las mujeres- de las esposas. Le habían dicho que era un mandato, que era un favor divino que tenía como fin formar una familia, conservar al marido y consolidar el sagrado vínculo del matrimonio. El placer no era un fin sino un medio y en ese sentido estaba autorizado y bendecido por Dios.

Pero esto, esto que ellas habían hecho no tenía la bendición de ningún dios, o al menos no la del bíblico. Si acaso tendría la venía de la Afrodita de los griegos. Este placer -el de Fina y el propio- no había recibido ni recibiría la bendición de la Iglesia ni de ningún cura, lo contrario. Esta forma de placer les estaba proscrita, prohibida. Este era un placer estéril. No "formaba" una familia, no tenía fines reproductivos, no complacía a ningún esposo ni mucho menos consolidaba un vínculo matrimonial. El placer de Fina -y el suyo a través de ella, viéndolo y provocándolo- no solo no tenía ninguna justificación sino que se consideraba contranatura, contra el mandato social. "Quizá también por eso mejor", se dijo.

Pensó luego que era verdad lo que decían los antiguos. Que la sensualidad, la belleza y el erotismo tenían forma, cuerpo de mujer. Tenían la forma de esta mujer. "El placer es esto y la belleza es esta, una mujer que yace plácidamente en el valle de su clímax". En lo que tal vez se habían equivocado los antiguos era en considerar que las mujeres -como imagen del erotismo- solo podían ser admiradas y deseadas y no que podían ser ambas cosas. Deseadas y deseantas al mismo tiempo unas de otras. Como ellas dos esta noche.

Cuando Fina volvió a abrir los ojos su primera visión fue Marta en frente suyo, mirándola. Le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. No había nada que decir. No con palabras. El primer reflejo de Fina, entonces, fue incorporarse en frente de ella y besarla, ya no con la premura de antes, sino con calma. Ella no tenía ninguna prisa y Marta, que estaba fuera del tiempo, seguía vestida, así que Fina empezó a acariciarla por encima de su ropa. Su pecho, sus piernas, su espalda, su vientre. Marta, que cerró sus ojos, en parte por pudor y en parte para afinar sus otros sentidos, volvió a escuchar esa música que antes le parecía lejana: Janis Joplin, desgarrándose.


Summertime, time, time
Child, the living's easy
Fish are jumping out
And the cotton, Lord
Cotton's high, Lord, so high

Your daddy's rich
And your ma's so good-looking, baby
She's looking good now
Hush, baby, baby, baby, baby, baby
No, no, no, no, don't you cry
Don't you cry


Marta era la mujer más bella que Fina había visto en su vida porque no solo la embellecía parecer una estrella de cine de la Italia del Norte (siendo que Fina parecía, a su vez, una estrella de cine pero de la Italia del Sur. La una rubia, la otra morena. La una estilizada, la otra voluptuosa, complementarias). A Marta la embellecía sobre todo la confianza de saberse siempre la dueña de la habitación. De todas las habitaciones. Parecía caminar, levitar, siempre a diez centímetros del suelo. A diez centímetros de los demás mortales. Pero ahora Marta estaba aquí. A su misma altura. A merced de sus manos, dispuesta a mostrarse tan mortal como ella, humana, vulnerable. Y no por eso menos hermosa sino lo contrario.

Fina acarició su rostro. Dibujó su perfil con sus labios, mientras sus manos -hábiles- empezaron a desatar su vestido. Marta estaba temblando. Fina susurró en su oído "tu forma de hacer el amor, como los brotes de frondas semirizadas, ¿lo recuerdas?" entonces Marta se estremeció más. Claro que se acordaba y que no había dejado de pensar en ese poema esta noche. Esta noche en la que esas palabras -las primeras que le revelaron esta forma de deseo en ella- se convertían en hechos.

Letras prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora