C'est beau la vie. París I

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—Sí, me iré a pasar un fin de semana largo con Luz... Prográmame una reunión con Carmen para dejarle indicaciones —dijo Marta, cayendo en cuenta después de decirlo que no necesitaba explicarse por su viaje y menos con Claudia. Pero suponía que así se sentía un poco la culpa, ir dando explicaciones no pedidas por el mundo. Justificarse sin necesidad y, peor aún, sin que eso implicara ninguna redención. 

—Entonces, doña Marta, ¿los billetes serían de viernes a martes?

—...viernes a primera hora, martes a la última, sí. Muchas gracias, Claudia.

—Claro, doña Marta. Disfrute su merecido descanso.

Marta no tomaba días libres desde hacía un buen tiempo, pese a que Jaime trataba de persuadirla para acompañarlo a sus viajes diplomáticos ella lo rechazaba casi siempre. No le gustaba en absoluto ese entorno excesivamente artificial, donde imperaba la pose y donde ella debía oficiar como esposa trofeo. Justo el papel que había evitado asumir durante toda su vida y que le había implicado enormes esfuerzos eludir. 

Ese jueves salió muy tarde de la oficina, cerca a la media noche, ultimando detalles. Le costaba sentir que dejaba sus responsabilidades de lado, aunque sabía bien que el negocio podía funcionar perfectamente sin ella durante días e incluso semanas. Le indicó a Tere, su empleada doméstica de confianza, tener preparada su maleta así que el viernes podría madrugar muy temprano al aeropuerto con calma. 

Ella sabía que esta era una decisión precipitada e inédita y, sin duda, la más extrema que había tomado durante las últimas semanas. Y eso que había tomado varias. Sabía que eso traicionaba a la Marta empresaria que tenía un sentido bastante agudo de la economía y de obrar de la manera más metódica posible, planeando fríamente cada uno de sus movimientos sin dejar nada al derroche, al azar o a la improvisación. Alcanzó a pensar en Jaime, por supuesto. Pero entonces recordó lo que le había dicho durante su última discusión y que era verdad: él vivía una vida al margen de las suya. Ella iba a permitirse lo mismo. 

Pensó, de nuevo que, pese a que había crecido escuchando que a los cuarenta años se llegaba a una especie de ocaso, la aparición de Fina a su vida la hacía sentir, al contrario, rebosante de una energía vital renovada, inagotable. Suponía que así debía sentirse aproximarse al amor. Al amor visceral, el amor del que hablaban las canciones, las novelas y las películas. El amor que buscó, infructuosamente, Madame Bovary. Marta sentía que Fina le generaba una necesidad, una urgencia de vivir. De vivirlo todo y de vivirlo todo ya. Y eso era exactamente lo que ella iba a hacer. Abandonarse al exceso, al derroche, a la adrenalina del abismo, de los límites. 

En la sala de espera empezó a pensar lo que debió pensar hacía unas horas. No le había notificado a Luz que iría y, por supuesto, menos a Fina. No iba a quedarse en casa de Luz, como otras veces que visitaba la ciudad. Cosa que de todos modos solo hacía por insistencia de su mejor amiga, porque si era cuestión de elegir ella iba a preferir siempre quedarse en la comodidad de un hotel de varias estrellas. Esta vez ese llegar de sorpresa era la excusa perfecta no solo para estar con Fina sino para evadir la hospitalidad de Luz. Esperaba encontrar una habitación en el Hôtel Vieux, su hospedaje favorito justo en el corazón de París, en el quinto distrito, en el Barrio Latino. Esa era su zona preferida de la ciudad: la universitaria, la de las librerías, la de los vestigios medievales y la más antigua, la primera que poblaron los romanos hace más de dos milenios. El quinto distrito, uno lejos del lujo de los Campos Elíseos y de los turistas alrededor de la Torre Eiffel.  

Marta quería redescubrir ese Quatier Latin con ella, ese lugar que además había sido el centro de Mayo del 68 y estaba segura que Fina iba a querer recorrer, juntas, las huellas todavía muy frescas y muy vivas de ese momento que había cambiado para siempre la capital francesa y que había inspirado otros movimientos por todos lados. La idea le hacía mucha ilusión porque Fina le implicaba, además de todo, una visión renovada del mundo. Ella ya conocía París, había estado allí muchas veces, pero sentía que esta era una especie de primera vez porque iba a verlo a través de sus ojos. De su mirada curiosa y fresca, de su mirada feminista. De su mirada de mujer, de mujer clase obrera, de una mujer distinta a ella, pero a la vez complementaria, y a la vez un poco ya parte de sí misma.  

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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