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Soren caminaba por los pasillos vacíos, sus pies resonando contra el suelo de piedra. Ya no había el bullicio de antes, ni la risa de sus compañeros, ni las conversaciones que alguna vez llenaron de vida su mundo. Ahora, todo lo que le quedaba eran sombras, recuerdos vagos de días más felices, de personas que lo admiraban y confiaban en él.
Pero esos días estaban lejos.
Se detuvo frente a una ventana que daba al vasto vacío del End, el lugar que había elegido como su refugio, como su castillo solitario. Miró al horizonte sin fin, pero lo que veía no eran los paisajes del End; veía a sus amigos, a aquellos a quienes había dejado atras, aquellos que ya no estaban a su lado. Gabriel, Ellegaard, Magnus... Ivor. Sus nombres resonaban en su mente como un eco que nunca desaparecía.
Era su culpa que todo hubiera terminado así, lo sabía. Sus decisiones egoístas, su necesidad de ser el héroe, de ser recordado a cualquier costo. Y ahora, lo único que lo acompañaba eran los fantasmas del pasado.
—¿Qué has hecho? —murmuró en voz baja, como si esperara una respuesta, pero la habitación permanecía en silencio, implacable.
Cerró los ojos, recordando el momento en que todo comenzó a desmoronarse. El dragón del End, su orgullo y su caída. Había pensado que su inteligencia lo salvaría, que su legado sería eterno. Pero ahora, el único legado que tenía eran las ruinas de sus amistades, de las vidas que había afectado. Incluso Gabriel, que siempre había tratado de mantener al grupo unido, lo había abandonado, incapaz de seguir confiando en él.
El dolor lo golpeó de nuevo, como lo hacía cada noche desde que eligió aislarse. Se sentía atrapado en un bucle interminable, donde los recuerdos lo perseguían como fantasmas, apareciendo cuando menos los esperaba, haciéndolo enfrentar las decisiones que había tomado.
—No quería que terminara así... —susurró, apretando los puños.
Pero era tarde. No importaba cuánto se arrepintiera, no podía cambiar el pasado. No podía traer de vuelta la confianza que había roto ni las relaciones que había destruido. Estaba solo, y esa era su mayor condena.
Los fantasmas de su mente seguían persiguiéndolo, cada uno representando una parte de él que había fallado. A veces creía escuchar la risa de Gabriel, o el sarcasmo de Magnus, y otras veces sentía la fría mirada de Ivor juzgándolo desde la distancia. Pero lo peor de todo era recordar la decepción en los ojos de Ellegaard, ese brillo de esperanza que alguna vez había visto y que luego se había apagado por completo.
Se sentó en el suelo, frente a la ventana, dejando que la oscuridad lo envolviera. No había forma de escapar de lo que había hecho. No había forma de pedir perdón, porque aquellos que alguna vez significaron todo para él ya no estaban.
—Están mejor sin mí... —dijo para sí mismo, aunque sabía que no podía engañarse. Deseaba volver atrás, deseaba haber sido diferente, haber hecho las cosas de otra manera.
Pero ahora, era solo un hombre solitario en un mundo que él mismo había construido, rodeado de las sombras de su fracaso. Los fantasmas de quienes había perdido lo seguían a donde fuera, y Soren sabía que esos fantasmas nunca lo abandonarían.
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