Me desperté esa mañana sintiendo que el mundo me pesaba más de lo normal. No era solo la resaca emocional del día anterior, sino también un ligero dolor de cabeza que pulsaba detrás de mis ojos. Me estiré perezosamente en la cama, dejé que la luz de la mañana se filtrara a través de las cortinas y traté de organizar mis pensamientos.
El día anterior había sido una montaña rusa emocional. Desde el incidente en la discoteca hasta el hecho de que Pedro se había quedado conmigo, protegiéndome, consolándome y, en definitiva, cuidando de mí de una manera que no esperaba. Y encima la vuelta al pasado que hicimos mirando nuestro álbum de fotos.
Claro, él siempre había sido protector conmigo, pero en los últimos tiempos, con la tensión entre nosotros, ese lado suyo parecía haberse quedado dormido. Hasta la otra noche.
Me levanté de la cama y miré el reloj: ¡Las nueve! ¡Mierda! No me daba tiempo a llegar al trabajo ni de broma. Hoy tenía que grabar con Ferran y Gavi, y me había comprometido a estar en el estudio a las nueve y media. Con la cabeza palpitando aún más por el estrés, me dirigí rápidamente al baño para darme una ducha express.
Mientras el agua caliente corría por mi cuerpo, repasaba mentalmente el día que tenía por delante. "Con suerte, Ferran y Gavi también llegarán tarde", me dije para tranquilizarme. Aún así, la presión de llegar tarde no me dejaba en paz.
Cuando salí de la ducha y me vestí a toda prisa, apenas tuve tiempo de secarme el pelo. Recogí mis cosas rápidamente, buscando las llaves del coche por toda la habitación, cuando me di cuenta de algo: ¿dónde estaban mis llaves? Las había dejado en el bolso la noche anterior... ¿o no?
Me estaba empezando a desesperar cuando escuché una voz familiar desde la cocina.
—¿Por qué corres tanto, rubia? —La voz de Pedro era tranquila, como si estuviera disfrutando del caos en el que me encontraba.
Me asomé por la puerta del pasillo y lo vi sentado tranquilamente en la mesa, desayunando como si fuera un domingo cualquiera. Levantó la vista y me miró con una ceja arqueada, obviamente divertido con mi apuro.
—¡Porque llego tarde al trabajo! —le respondí con desesperación, todavía buscando frenéticamente mis llaves—. Tengo que estar en el estudio en media hora, y no puedo encontrar mis llaves.
Pedro se levantó despacio y se acercó a mí con una expresión calmada, como si supiera exactamente lo que iba a decir a continuación.
—Relájate, Ari —dijo mientras se apoyaba contra el marco de la puerta—. Si quieres, puedo llevarte yo. No es tan complicado.
Lo miré incrédula. Pedro nunca se había ofrecido a llevarme en coche, aunque también es verdad que nuestra dinámica no había sido precisamente la más amigable últimamente. La idea de subirme a su coche, de compartir ese espacio con él, tras la charla de ayer me resultaba un poco incómoda, pero también tenía claro que no llegaría a tiempo de otra forma.
—¿De verdad? —pregunté, aunque no sé por qué dudaba de que hablaba en serio.
Él simplemente asintió.
—Sí, no es un problema. Puedo llevarte y luego sigo con mi día. No pasa nada.
Aún algo dudosa, pero consciente de que no tenía otra opción, asentí.
—Vale, pero tenemos que irnos ya.
Pedro sonrió con una ligera burla en los ojos y se fue a por las llaves de su coche. Quizás esa confianza suya me molestaba un poco, pero también me relajaba al mismo tiempo.
En cuestión de minutos, estábamos saliendo de casa y subiéndonos en su coche. Pedro condujo en silencio, lo cual agradecí. No sabía qué decirle ni qué esperar de este viaje improvisado.
ESTÁS LEYENDO
Siempre fuiste tú - Pedri González
Romance-Ahora lo tengo claro - ¿El qué? - Siempre fuiste tu Ariadna Castillo siempre ha sentido que su vida está marcada por la sombra de Pedri González, el joven prodigio del fútbol del FC Barcelona. Criados en Tenerife, donde sus padres son los mejores a...