Pedri
Cuando llegué a Tenerife, sentí una mezcla de nervios y nostalgia. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí que todo me parecía igual y distinto a la vez. Mientras el taxi me llevaba a casa de mis padres, intentaba calmarme, pero no era fácil. Cada vez que pensaba en Ari, en lo que quería decirle, sentía que el corazón me latía más rápido, con una mezcla de miedo y esperanza que apenas podía controlar.
Al llegar, mi madre me recibió con un abrazo cálido, como siempre, aunque en sus ojos noté una preocupación que no había visto antes. Nos sentamos en la cocina, donde el aroma a café recién hecho llenaba el aire, y ella me miró con esa mirada seria que sabía usar cuando quería que la escuchara con atención.
—¿Entonces vienes por Ari, verdad? —me preguntó, con una sonrisa leve, aunque su expresión dejaba claro que no estaba del todo tranquila.
Asentí, incapaz de esconder la verdad. No tenía sentido fingir otra cosa.
—Sí, mamá. No puedo seguir así. He estado hecho un desastre desde que se fue, y necesito hablar con ella. Hacer las paces, aunque sea... —admití, sintiendo que las palabras se me quedaban cortas.
Ella suspiró, mirándome con una mezcla de cariño y comprensión.
—Sabes, Ari ha estado aquí todo este tiempo intentando mostrarse fuerte, como si nada le afectara. Pero es solo una fachada, Pedro. Está muy tocada, aunque intente aparentar otra cosa. Le haces falta, y mucho más de lo que quizás esté dispuesta a admitir.
Su comentario me dio una especie de esperanza, pero también me hizo sentir un peso en el pecho. Yo le había causado ese dolor, y sabía que tenía que hacer todo lo posible para arreglarlo, para ayudarla a sanar.
—¿Crees que quiere verme? —pregunté, casi en un susurro.
—Creo que te necesita. Pero eso no significa que no esté dolida, o que no le cueste. Dale tiempo y espacio para que hable, para que te cuente cómo se siente —me aconsejó, dándome una palmadita en la mano.
Esa misma tarde, después de armarme de valor, decidí ir a buscarla. Fer me dijo que probablemente estaría en su lugar favorito, en un mirador que solía visitar cuando necesitaba despejarse. Así que fui hacia allí, intentando calmar los nervios mientras pensaba en todo lo que quería decirle, en cómo disculparme y decirle cuánto la necesitaba.
Al llegar al mirador, la vi de espaldas, mirando hacia el horizonte. Tenía el cabello suelto y llevaba una chaqueta que parecía un poco demasiado grande para ella. Me acerqué lentamente, sin querer asustarla, y me quedé a unos pasos de distancia antes de hablar.
—Ari —dije, en voz baja.
Ella giró la cabeza al oír mi voz, y sus ojos se abrieron con sorpresa. Por un momento, pensé que podría echar a correr, pero en lugar de eso se quedó allí, en silencio, mirándome. No supe si era una buena señal o no.
Ari
Me encontraba en el mirador, absorta en mis pensamientos, en esa quietud que buscaba para calmarme cuando todo parecía tambalearse. Tenerife era mi refugio, y ese rincón en especial siempre lograba darme un poco de paz. Pero, en cuanto oí esa voz tan conocida y querida decir mi nombre, mi calma se desvaneció al instante.
—Ari —dijo Pedro, en un susurro tan bajo que apenas lo escuché.
Giré despacio, con el corazón a mil y una mezcla de sorpresa y miedo, sin saber si él estaba ahí o si era alguna especie de ilusión. Sin embargo, ahí estaba. Él, mirándome con esa expresión que tantas veces me había hecho sentir segura, pero que ahora sólo me traía recuerdos dolorosos.
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Siempre fuiste tú - Pedri González
Romance-Ahora lo tengo claro - ¿El qué? - Siempre fuiste tu Ariadna Castillo siempre ha sentido que su vida está marcada por la sombra de Pedri González, el joven prodigio del fútbol del FC Barcelona. Criados en Tenerife, donde sus padres son los mejores a...