Era sábado por la mañana y, por primera vez desde que me había mudado a Barcelona, tenía un día libre para mí. Me desperté tarde, disfruté de una ducha larga, y ya pensaba en pasar el resto del día tirada en el sofá viendo series.
Pedro se pasó la mañana encerrado en su cuarto. Lo que quería decir quu nada de estrés, nada de Pedro, nada de trabajo. Un día para desconectar.
Estaba en la cocina preparándome un café cuando escuché el timbre. ¿Quién demonios podría ser un sábado a esta hora? Fruncí el ceño, dejando la taza a medio hacer, y me dirigí hacia la puerta.
Al abrirla, me quedé congelada.
—¡Ari, cariño! —exclamó mi madre antes de envolverme en un abrazo.
—¡Sorpresa! —dijo mi padre, apareciendo detrás de ella con una enorme sonrisa.
—¿Qué... qué hacéis aquí? —logré balbucear, todavía en shock.
—¿No podemos venir a visitar a nuestra hija? —preguntó mi madre, entrando sin esperar invitación—. Queríamos asegurarnos de que todo va bien y de que te estás adaptando.
Antes de que pudiera responder, vi aparecer otras dos figuras detrás de mis padres. Rosa y Francisco, los padres de Pedro.
Genial. Esto no podía ir peor. No me malinterpretéis, me alegraba mucho de ver a mis padres, pero teniendo en cuenta como iba la relación entre Pedri y yo quizá hubiéramos necesitado un poco de tiempo antes de enfrentarnos a nuestros padres.
—¡Ari! —dijo Rosa, saludándome con efusividad—. ¡Qué alegría verte! Esperamos que no te importe que hayamos venido con tus padres, queríamos hacer una visita sorpresa.
—Ah, no... claro que no... —dije, intentando forzar una sonrisa, aunque por dentro solo podía pensar en lo caótico que iba a ser tener a los cuatro en casa.
Mientras mis padres y los González entraban y se acomodaban en el salón como si fuera su propia casa, escuché pasos detrás de mí. Pedro.
—Vaya, vaya, si es la tropa de control de padres —dijo Pedro, apareciendo con una sonrisa burlona mientras se apoyaba en el marco de la puerta.
—¡Pedro, hijo! —dijo Rosa, levantándose para abrazarlo—. ¿Qué tal va todo? Esperamos que no os hayamos interrumpido nada importante.
—No, no, justo estábamos empezando el día. Pero... qué sorpresa, ¿no? —Pedro lanzó una mirada rápida hacia mí, como diciendo: Esto va a ser divertido.
—Bueno, no queríamos molestaros, pero queríamos asegurarnos de que estáis bien instalados y que os lleváis bien. ¿Cómo os va viviendo juntos? —preguntó mi madre, mirándome con expectación.
Oh, no. Sabía que esta conversación llegaría tarde o temprano, pero no esperaba tener que fingir que todo era perfecto tan pronto. Pedro y yo apenas habíamos logrado sobrevivir la primera semana sin matarnos, y ahora teníamos que darles una buena imagen de convivencia.
—Pues... bien —contesté, sin mucho convencimiento—. Nos organizamos bien y no interferimos mucho en la vida del otro.
—Sí, es cierto —añadió Pedro acercándose a mi y rodeándome el cuello con su brazo, con una sonrisa sarcástica que nadie, aparte de mí, parecía notar—. Somos como dos compañeros de piso modelo. Cada uno a su bola, ¿verdad, Ari?
Lo fulminé con la mirada, pero mis padres parecían encantados.
—Bueno, eso suena genial —dijo Francisco, riendo—. Sabíamos que esto era una buena idea. Sabíamos que podríais llevaros bien.
ESTÁS LEYENDO
Siempre fuiste tú - Pedri González
Romansa-Ahora lo tengo claro - ¿El qué? - Siempre fuiste tu Ariadna Castillo siempre ha sentido que su vida está marcada por la sombra de Pedri González, el joven prodigio del fútbol del FC Barcelona. Criados en Tenerife, donde sus padres son los mejores a...