Capitulo 19

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ACT III

NELLA MEMORIA AMOROSA

(Volterra's Interlude)

Llevaban horas conduciendo.

O, al menos, eso le parecía a Claúdio.

Se había despertado momentos antes, con la garganta seca y el cerebro rebotándole en el cráneo con cada bache que pasaba el vehículo. Sentía un dolor punzante en los hombros encogidos.

Sus sentidos se agudizaron para compensar el saco que le cubría la cabeza y las ásperas fibras de yute que le arañaban la piel. Claúdio podía oír el traqueteo de otros cinturones de seguridad a su alrededor; podía oler el almizcle rancio que irradiaban los otros cuerpos atestados.

"¿A dónde nos llevan?" gritó una voz ronca a la izquierda de Claúdio.

Había algo en aquel desconocido que le resultaba familiar, pero no podía recordarlo.

El conductor no respondió.

"Oye, ¿estás sordo? He dicho que a dónde..."

Algo pasó por delante de Claúdio y la voz ronca se convirtió en un gorgoteo ahogado.

El crujido del asiento y el arrastrar de pies aterrorizados resonaron en el silencioso espacio de carga.

El olor a orina ácida llenó el pequeño espacio.

Claúdio apretó los dientes cuando la voz ronca se cortó con un chasquido agudo y húmedo.

Incluso a través del saco, pudo distinguir el corpulento tamaño del guardia.

"Maldita sea, Félix, limpiarás eso", le reprendió el conductor desde la parte delantera, con su voz grave impregnada de exasperación. "¿Cuántas veces te he dicho que dejes de ahogarlos? Les hace mear".

"Sí, sí", gruñó el hombre llamado Félix antes de acomodarse en su asiento. "¿Alguien más tiene preguntas sobre nuestro viaje?".

Nadie respondió.

El viaje continuó.

Algún tiempo después, la furgoneta aminoró la marcha al tomar una curva. La carretera bajo ellos pasó de estar empedrada a ser de asfalto liso.

El vehículo aparcó y las puertas traseras se abrieron de par en par.

Una mano, fría como la nieve caída, le agarró del brazo y le condujo fuera de la furgoneta.

Los introdujeron en un ascensor y descendieron más abajo.

Cuando los escoltaron fuera de la bahía, lo primero que notó fue la humedad.

Las gotas de agua tintineaban a su alrededor; sus pasos resonaban en las baldosas resbaladizas mientras se adentraban en el espacio. Claúdio percibió que había una persona posando en cada esquina.

"Arrodíllense", les ordenó el conductor.

El agua se filtró en sus pantalones, pegándole la áspera tela vaquera a las rodillas.

Le quitaron el saco de la cabeza y entrecerró los ojos como un recién nacido contra las brillantes luces.

Y entonces se quedó paralizado, con los sentidos inundados de nueva información.

Sangre fresca arremolinándose en un vaso abierto.

El movimiento silencioso de una pierna que se cruza con otra, un olor que recuerda a la corteza oceánica y al hierro que se desprende de la nueva presencia.

Moonchild | RosellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora