Capitulo 30 - Final

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EXPLAIN THE INFINITE

Cherenet se quedó inmóvil en el corazón de su tienda.

El aire a su alrededor se sentía pesado, espeso, con una palpable sensación de cierre.

El espacio que una vez palpitó con la energía de hierbas y reliquias bulliciosas, reunidas durante siglos, ahora estaba medio vacío, el resto guardado. Las estanterías, despojadas de sus tesoros, sólo albergaban sombras donde antes descansaban artefactos y máscaras de madera. Por la rendija de la ventana se colaba una fresca brisa de Seattle, que traía consigo el aroma de la tierra húmeda y el pino, una sutil fragancia de lluvia y madera que resultaba relajante y sombría a la vez.

Sus manos, nudosas por el paso del tiempo, pero firmes tras años de ritual, descansaban suavemente sobre el desgastado mostrador. Se permitió un raro momento de quietud, una pausa en el río del tiempo en el que había flotado durante décadas. El peso de los años le dolía en los huesos, pero su espíritu no había disminuido. Agudo e inquebrantable, siempre en sintonía con los hilos invisibles de la magia que teje el mundo.

Hoy, la tienda zumbaba bajo sus pies. Su pulso silencioso era un presagio de lo que estaba por llegar. La magia de las paredes se agitaba, respondiendo a un sutil cambio en la atmósfera: una perturbación, como una onda que por fin llegaba hasta ella tras años de cruzar aguas lejanas.

Cherenet se enderezó y sus ojos profundos y sombríos se entrecerraron ligeramente cuando las protecciones que rodeaban su santuario parpadearon, agitándose como alas agitadas por una ráfaga repentina. Su magia interna, siempre silenciosa y constante, se agitó con un creciente reconocimiento antes de que los viera.

Quienquiera que se acercara no era un visitante corriente. Llevaban consigo el peso del Viejo Mundo, la energía familiar e inquietante de un tiempo que ya había pasado.

Inhaló despacio, con una respiración constante y mesurada, sintiendo cómo la magia ancestral rozaba su conciencia como el susurro de un recuerdo perdido hacía mucho tiempo.

Ya estaban cerca.

Cuando la puerta se abrió con un suave tintineo, la mirada de Cherenet se desvió de sus pensamientos hacia la entrada. Sus ojos se posaron primero en el hombre: alto, imponente, regio. Su sola presencia era suficiente; no había necesidad de nada más. Tenía el rostro desnudo y una expresión solemne, pero teñida de una apagada calidez. Transmitía una gravedad que no requería atención, pero que la imponía sin esfuerzo.

Tras él, una mujer entró en la sala.

Su presencia llenaba el espacio, como si fuera una reina de luto. Los glifos grabados bajo sus trenzas brillaban suavemente, a juego con la profundidad de sus ojos de oro quemado.

Ambos vestían de negro. No de un color apagado, sino de un tejido tan rico que parecía absorber la luz, como si absorbiera la profundidad de su pérdida. Su atuendo era sencillo, pero la energía que desprendían no tenía nada de sencilla.

Cherenet, a pesar de su edad y de la tristeza que flotaba en el aire como niebla, se enderezó por completo. Su presencia también era un testimonio de décadas de solemne resistencia. El poder que irradiaba la mujer era innegable. Antiguo, vasto, pero no opresivo. Invadía a Cherenet como el primer soplo de un monzón: fuerte, exigiendo respeto, pero atemperado por la calidez. Y dentro de ese poder, Cherenet sintió algo familiar. Una magia que conocía desde hacía años.

Más antigua, más profunda.

Un eco de la esencia de su hermano, entretejido en el tejido de este nuevo mundo.

"Usted debe de ser la señorita Cherenet", dijo la mujer, con voz suave, mientras se acercaba. Su tono tenía el peso del respeto silencioso.

Cherenet inclinó la cabeza, con voz tranquila, aunque la gravedad del momento le oprimía el corazón. "Sí, soy yo. Y tú debes de ser Amón Sah".

Moonchild | RosellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora