Capitulo 32 | El duelo de Dioses

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Nymeria

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Nymeria

El ambiente entre nosotros es tenso, desde la discusión, apenas hemos cruzado miradas, me ha estado evitando en lo mayor de lo posible, pero en este día, es inviable que nos evitemos. He de admitir que su silencio me sigue afectando de la misma manera, pero no pienso demostrarlo. El dejo en claro las cosas, y yo no puedo seguir demostrando debilidad ante él, y aunque las palabras que mencione no fueron mas que un escudo para protegerme del dolor, pude ver un hilo de aflicción en sus ojos, pero no le voy a prestar atención...o al menos convencerme de aquello.

El día del Duelo de Dioses ha llegado, y la verdad no se si este preparada. Todos están listos para demostrar su valor, no con sangre, pero con una destreza que decidirá el honor de nuestras tierras. Damon y yo debemos pelear juntos, representar a nuestros reinos. Ironía cruel, considerando la tormenta interna que ambos llevamos por dentro.

Me dirijo hacia la sala de vestuario, donde nos esperan nuestros atuendos. Cuando llego, él ya está ahí, ajustándose su capa con movimientos mecánicos. No levanta la vista cuando entro, pero sé que puede sentir mi presencia tan agudamente como yo siento la suya.

Puedo sentir el peso de su mirada en mi espalda, y aunque no la sostiene por mucho tiempo, sé que quiere decirme algo. Pero no lo hace. Damon siempre ha sido así, encerrado en sí mismo, incapaz de abrir su corazón. Es frustrante y doloroso al mismo tiempo.

Me visto en silencio, concentrándome en cada hebra de mi atuendo, en cada capa que cubre mi piel. No voy a ser la que rompa este silencio, no después de lo que nos dijimos la última vez. Me digo que no me importa lo que esté pensando, que él ya dejó claro que lo nuestro nunca fue más que deseo y pasión. Pero entonces, ¿por qué siento una punzada en el pecho?

Cuando terminamos de vestirnos, un caballero entra para acompañarnos hacia el carruaje. Caminamos en silencio, uno al lado del otro, como dos desconocidos que se han acostumbrado a la cercanía forzada. El carruaje está adornado con símbolos de fuego y agua, un reflejo de nuestra dualidad. Subimos, y el camino hacia el campo de duelo es tan incómodo como cabría esperar. Cada vez que siento que Damon va a decir algo, lo deja morir en sus labios. Y la tensión entre nosotros crece como una tormenta que no termina de desatarse.

Al llegar al campo de batalla, bajamos del carruaje y el heraldo se coloca en el estrado, vistiendo la indumentaria ceremonial que lo distingue como el portador de la palabra. Su mirada recorre el lugar, observando a cada uno de nosotros, a cada espectador, asegurándose de que todos estemos atentos.

- Hoy, ante los ojos de los dioses y de los reinos que representamos, se llevará a cabo el Duelo de Dioses —exclama —. Este no es un enfrentamiento ordinario. Aquí no se busca derramar sangre sin sentido, sino probar el valor, la destreza y la inteligencia de los príncipes que luchan no solo por su honor, sino por el honor de sus tierras.

Hace una pausa, dejando que cada palabra cale profundo en los corazones de los presentes.

—La primera y más importante regla del duelo es clara: ningún príncipe puede matar a otro. Este es un duelo de habilidad y maestría, no de muerte. La vida de un príncipe es sagrada, no solo por su sangre real, sino porque son el futuro de sus reinos. ¡Respeten esta regla, o enfrenten las consecuencias!

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