Capítulo 4

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Narra Aquamarina

Como siempre, no hubo respuesta.

Mi abuelo se levantó enfadado de la mesa y no me habló en todo lo que quedaba de noche.

No se porque le molesta tanto que le pregunte cosas de mi vida.

Que me pregunte el porque vivo aquí no significa que no me guste.

De hecho es lo mejor que me ha podido pasar.

Desde muy pequeña siempre me he sentido muy conectada con el mar y con la naturaleza, por lo que vivir en medio de ella es una grata sensación.

De las pocas cosas que recuerdo de mi madre es que siempre me llevaba a la playa y me dejaba jugar en la orilla, horas tras horas y nunca me cansaba.

Recuerdo que antes de vivir en esta torre, yo vivía, en otro lugar, con mi madre; en una casita muy humilde a pie de playa. No recuerdo exactamente donde era ese lugar pero lo recuerdo habitado por más personas en otras casas.

Un día, cuando yo tenía tan solo cuatro años, mi abuelo me agarró en brazos y me llevó en una lancha hasta esta torre. Se me quedó presente el dolor que permanecía cuando lloraba, y se me desgarraba la voz al ver a mi madre de brazos cruzados viendo como me separaban de ella. Desde entonces no he vuelto a verla.

Al día de hoy me sigo preguntando el porque mi madre me abandonó, y luego lo hizo con mi hermana. ¿Por que nos dejó en un sitio como este? ¿Sin poblacion?

¿Por que mi madre no me manda cartas? ¿Porque no viene a visitarnos? No se porque me hago tantas preguntas, ni si quiera se si está viva...

Quizás esté muerta.

Lo único que tengo de ella es un colgante; es un pequeño medallón dorado.
Por más veces que le he preguntado a mi abuelo que significa este colgante, no me contesta. Se queda en silencio al igual que cuando le pregunto sobre mi madre.

Es como si estuviera traumado por algo y no quisiera recordarlo.

—¿Puedes seguir enseñándome a surfear? —la voz de Ariel me hace volver de mis pensamientos.

—Cuando desayunes —le contesto entrando al salón.

Mi abuelo nos escucha y no tarda en corregirnos.

—Y cuando estudies —recalca él.

Mi abuelo fue quien se encargó de enseñarnos todo lo necesario. Cuando yo vine con cuatro años él fue quien me daba las materias. Él en sus tiempos era profesor en una escuela y luego se jubiló y se hizo dueño del faro.

Nunca hemos ido a un colegio ni a un Instituto pero eso no quita que no debamos aprender las asignaturas que hay que saber.

Mis días aquí son rutinarios aunque bastante especiales.

Nos despertamos nada más que el amanecer se asoma en el final del mar.

Cuando los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana mi hermana Ariel es la primera en pegar un salto de la cama. Para ella levantarse y madrugar nunca ha sido un problema. Es un manojo de nervios y cuando se levanta lo primero que hace es despertarme con varias sacudidas y gritos retumbando mi nombre.

Para cuando abrimos los ojos y nos lavamos la cara, mi abuelo ya está con el desayuno listo. Él se levanta mucho antes que nosotras, su hora de madrugar es tan temprana que ni si quiera ha salido el sol.

Él se despierta para bajar y luego montarse en la lancha que tenemos para irse a navegar, a pescar o simplemente para respirar la paz de la mar temprana.

TorreMuelle ( Gavi )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora