Capítulo 37

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Sólo había dos maletas en la habitación: Una mía y otra de Lisa. Las restantes permanecieron exactamente donde estuvieron toda la noche anterior: Al pie de la escalera. Arreglaríamos los armarios después.

—¡Buen día! —Lisa me recibió con una voz entusiasta en la cocina, preparando algunas tostadas mientras paseaba de allí para acá con un paño estratégicamente doblado sobre su hombro, dándole aquel aire de cocinera casera.

—Buen día —respondí aún soñolienta, pero al salir del pasillo forrado por una alfombra crema (así como el resto de la casa) y entrar en la cocina, con piso de madera corrida, la fricción entre mis calcetas y el suelo no fue suficiente para mantenerme equilibrada.

Me resbalé un poco, patinando de forma idiota mientras intentaba restablecer el equilibrio y no caer. Cuando lo conseguí, sosteniéndome en la puerta, la miré otra vez. Ella estaba más blanca de lo normal, una de las manos extendidas con un bote de miel al aire y los ojos tan amplios que casi saltaban de sus órbitas, Lisa me miraba estática, hablando lentamente, en shock.

—No... Caigas...

Me pareció divertido el hecho de que ella pudiera pronunciar esas palabras sin mover ningún músculo.

—No caí.

—Casi te caes...

—Entonces... "Casi."

Hice mención de caminar a su encuentro, pero Lisa dio un grito extraño y agudo, entonces ni siquiera llegué a moverme.

—¡No me asustes así! —dije, queriendo darle una bofetada.

—¡No... Te... Muevas! —habló, como si estuviera a punto de entrar en un campo de guerra lleno de minas terrestres. Esperé hasta que ella viniera a mí, llevándome de la cocina de vuelta a la alfombra del pasillo. Lisa suspiró— Espera aquí. Por el amor de Dios, no entres a esa cocina.

Lisa subió de dos en dos escalones y yo esperé, ya riéndome sola de todo ese drama. Cuando ella volvió, traía en las manos dos pantuflas rosa chicle.

—Ponte eso. Es resbaloso.

Me los puse sin objeciones, pero sólo porque tenía hambre. En situaciones normales, pelear con Lisa sobre sus cuidados exagerados era divertido.

—Al final de este embarazo vas a estar más gris, ansiosa y estresada.

—Sólo por el amor de todos los santos no te lastimes.

—Okay. ¿Puedo bajar por el pasamanos de la escalera?

Ella me miró sorprendida, como si acabara de admitir que usaba drogas.

—Estoy bromeando —hablé, ya con miedo de que ella tuviera ataques convulsivos de pánico. No tenía cómo negar que me divertía con sus exageraciones, aunque eso era cruel. Lisa realmente sufría con miedo de que algo sucediera conmigo y, consecuentemente, a su hija, pero sus ideas de protección eran tan absurdas que llegaban a ser divertidas.

Tomamos el desayuno preparado por Lisa muy despacio. Yo quería ver todo otra vez, cada pequeño detalle de aquella casa ahora a la luz del día, pero sabía que tendría tiempo de sobra para eso después. Por eso, aproveché los panes integrales, las jaleas, los jugos y todo lo que estaba a mi disposición.

—Vamos a almorzar en la casa de mis padres. ¿Está bien? —habló, sentándose en el banco de mi lado y extendiendo la mano en mi barriga, como siempre.

—¿No vamos a estrenar nuestra cocina? —pregunté, ya un poco desanimada, pero no tanto. Pasar tiempo con los Manoban siempre era divertido.

—Ya lo he hecho —Sonrió burlona para mí.

My Sweet Prostitute | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora