Beacon Hills

Revelaciones

Las advertencias de Derek Hale y la tensión constante en Scott McCall pesaban sobre mí como una niebla impenetrable. Algo grande estaba a punto de suceder, algo que ninguno de ellos quería compartir conmigo. Y sin embargo, sabía que cuanto más trataban de mantenerme al margen, más me arrastraban hacia el centro de todo.

Esa noche, volví a soñar con el bosque. Estaba envuelto en niebla, perdido entre los árboles, y podía sentir algo acechándome. Ojos brillantes me observaban desde las sombras, y cada vez que me giraba, escuchaba un susurro: "Stiles...". No podía ver quién me llamaba, pero en el fondo, sabía quién era: Derek.

Me desperté sobresaltado, con la respiración entrecortada. El aire de mi habitación era frío, casi gélido, como si el viento hubiera encontrado una forma de colarse por las paredes. Me levanté y me acerqué a la ventana, abriéndola de par en par para dejar entrar el aire fresco. Había algo que no encajaba, algo que se escapaba de mi comprensión.

Al día siguiente en la escuela, Lydia Martin me interceptó en el pasillo.
—Necesitamos hablar, Stilinski —dijo con su tono característico, como si siempre supiera más que el resto.

—¿Sobre qué? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Sobre Derek.

Lydia me llevó a un rincón apartado y cruzó los brazos sobre su pecho, observándome con una expresión calculadora.
—Sé que has estado cerca de él. Y sé que está tratando de mantenerte alejado de todo esto. Pero si quieres sobrevivir en Beacon Hills, más vale que te prepares para lo que se avecina.

—¿Y qué se avecina exactamente? —pregunté, frustrado por los constantes misterios.

Lydia soltó una pequeña sonrisa, pero no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de alguien que conocía la verdad, pero no estaba lista para compartirla del todo.
—Monstruos.

Después de la escuela, decidí que ya era suficiente. Si nadie quería darme respuestas, tendría que encontrarlas por mi cuenta. Conduje mi Jeep hasta los límites del bosque, donde sabía que los Hale solían desaparecer. El aire estaba helado, y la neblina se cernía sobre el suelo como un velo fantasmal.

Avancé entre los árboles, sintiendo que cada paso me llevaba más profundo hacia lo desconocido. Había algo en el aire, algo antiguo y peligroso.

Y entonces lo vi. Derek estaba allí, de pie en medio del claro, con su mirada fija en la distancia. No me vio de inmediato, así que tuve un momento para observarlo. Su postura era tensa, como si estuviera listo para enfrentar cualquier amenaza.

Finalmente, se giró y me vio. Su expresión pasó de sorpresa a frustración en un instante.

—¿Qué demonios haces aquí, Stiles? —preguntó, avanzando hacia mí con pasos rápidos.

—Estoy buscando respuestas, Derek. Y no pienso irme hasta que las consiga.

Derek se detuvo a unos pasos de mí, su mandíbula apretada. Podía ver la lucha interna en sus ojos. Finalmente, habló, su voz baja y llena de peso.

—Mi familia... fue destruida por cazadores. Mi madre, mis hermanos, todos. Fueron quemados vivos en nuestra casa. Solo quedamos unos pocos, y cada día es una batalla por no repetir la historia.

Sentí un nudo en la garganta. La tragedia en su voz era palpable, y por un momento, todo el miedo que había sentido hacia él se desvaneció. Lo que quedaba era solo empatía.

—¿Y tú? —pregunté suavemente. —¿Qué eres tú, Derek?

Derek me miró fijamente, y por un segundo, pensé que no respondería. Pero entonces, con un suspiro, soltó la verdad:
—Soy un vampiro, Stiles. Y tú... eres la única persona que no debería estar aquí.

No sé por qué, pero no sentí miedo. Sentí algo más profundo, una conexión inexplicable con él. Sabía que estaba metido en algo mucho más grande de lo que podía manejar, pero no importaba. No iba a alejarme.

—No voy a irme, Derek. No esta vez.

Por un momento, vi un destello de algo en sus ojos. No era solo frustración. Era alivio.

Y en ese momento, supe que, de una forma u otra, mi vida estaba atada a la suya.