La Playa

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La carretera hacia La Push serpenteaba entre el denso bosque de Beacon Hills, y el aire frío de la mañana se filtraba a través de las ventanas del Jeep. Lydia Martin y Allison Argent lideraban la caravana con sus risas, mientras que Isaac Lahey y Jackson Whittemore discutían sobre quién era el mejor jugador de lacrosse del equipo. Yo manejaba en silencio, acompañado por mis pensamientos.

A mi lado, Scott McCall parecía incómodo. Era obvio que no quería estar allí, pero no había explicado por qué. Había algo en la playa que le ponía nervioso, aunque aún no sabía qué era. Mientras más trataba de entender, más preguntas aparecían en mi cabeza.

—¿Seguro que no pasa nada, Scott? —pregunté, lanzando una mirada rápida en su dirección.

Scott apretó la mandíbula y negó con la cabeza.
—Es solo... Hay cosas que deberías evitar, Stiles. Es complicado.

—¿Complicado cómo? —insistí, pero él solo se hundió más en su asiento, negándose a darme una respuesta clara.

La playa de La Push era tal como la habían descrito: salvaje, hermosa y fría. Las olas rompían con fuerza contra las rocas, y el viento marino agitaba los pinos que se alineaban cerca de la costa. El cielo estaba cubierto de nubes, pero eso no pareció desalentar a los demás, que rápidamente se dispersaron para explorar.

Lydia y Allison corrieron hacia la orilla, riendo mientras intentaban esquivar las olas. Isaac y Jackson se pusieron a competir para ver quién podía lanzar piedras más lejos en el agua, como si cada momento fuera una excusa para medir fuerzas. Me uní a ellos, aunque mi mente seguía distraída. La ausencia de Derek se sentía como un vacío inexplicable, y mi curiosidad seguía creciendo.

Mientras observaba las olas, una figura familiar apareció entre los árboles al borde de la playa. Era Embry, un chico de la reserva que parecía conocer bien a Scott.

—¿McCall? No esperaba verte por aquí —dijo Embry, acercándose con una sonrisa despreocupada.

Scott frunció el ceño, visiblemente incómodo.
—Solo vine con mis amigos.

Embry asintió, pero su expresión se volvió más seria al notar mi presencia. Me miró de arriba abajo, evaluándome con una curiosidad que no intentó ocultar.

—¿Quién es tu amigo? —preguntó, aunque su tono tenía un filo extraño.

—Soy Stiles —dije, ofreciéndole una sonrisa incómoda. Algo en su mirada me hizo sentir como si estuviera fuera de lugar.

Más tarde, cuando cayó la noche, encendimos una fogata en la playa. El fuego crepitaba alegremente, y las llamas proyectaban sombras danzantes sobre las rocas cercanas. Embry y otros chicos de la reserva se unieron a nosotros, trayendo consigo una sensación de camaradería, aunque también una tensión latente que no entendía del todo.

Embry comenzó a contar historias sobre el lugar: relatos antiguos de criaturas que vivían en los bosques y leyendas que hablaban de pactos entre clanes. Me incliné hacia adelante, fascinado por cada palabra.

—Dicen que hace muchos años, hubo un trato entre los guardianes de los bosques y los seres inmortales —dijo Embry, mirando a cada uno de nosotros con intensidad. —Los lobos cuidarían las tierras, siempre y cuando los vampiros no cruzaran sus fronteras.

Sentí cómo Scott se tensaba a mi lado, pero no hice comentarios. La historia me pareció ridículamente específica para ser solo una leyenda. ¿Vampiros y hombres lobo? Por supuesto, era imposible... ¿o no?

Beacon HillsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora