Un Respiro en la Tormenta

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La cueva era oscura y fría, pero por primera vez en horas sentí que estábamos relativamente a salvo. Derek Hale permanecía recostado contra la pared de piedra, con la respiración pesada, pero vivo. Yo estaba a su lado, todavía tratando de calmar el latido frenético en mi pecho. Habíamos escapado por poco.

A mi lado, Scott permanecía en silencio, aún en su forma de lobo, vigilando la entrada de la cueva. El aire seguía cargado de peligro. Sabíamos que los cazadores no tardarían en volver a buscarnos.

—¿Estás bien? —susurré, mirando a Derek, que apretaba los dientes mientras tocaba la herida en su costado.

—He estado peor —murmuró con una sonrisa débil, pero sus ojos traicionaban el dolor que estaba sintiendo. Sabía que no le gustaba mostrar su vulnerabilidad.

—Déjame ayudarte —dije, arrodillándome a su lado.

Derek negó con la cabeza, pero no se alejó cuando comencé a examinar la herida. La flecha había rozado algo vital, pero no parecía mortal. Aun así, cada segundo era una agonía para él, y podía verlo en sus ojos.

—No tenías que venir por mí —susurró Derek, mirando hacia otro lado. Había algo quebrado en su voz, como si no estuviera acostumbrado a que alguien se preocupara por él.

—Claro que sí —respondí, sintiendo que las palabras salían con naturalidad. —No iba a dejarte solo.

Por un momento, nos quedamos en silencio, y el peso de lo que no se decía flotaba entre nosotros. La luz de la luna que se filtraba por la entrada de la cueva iluminaba ligeramente su rostro, mostrando un destello de vulnerabilidad que rara vez permitía ver.

Nuestras miradas se encontraron, y por un instante, sentí que el tiempo se detenía. El mundo exterior desapareció, y todo lo que existía era él.

—Eres más terco de lo que pensaba —murmuró Derek, pero había algo parecido a afecto en su voz.

—Y tú eres más blando de lo que quieres admitir —respondí, esbozando una pequeña sonrisa.

Por primera vez en lo que parecían años, Derek sonrió de verdad. Fue una sonrisa breve, pero real. Y en ese momento supe que, pase lo que pase, estábamos juntos en esto.

Scott finalmente rompió el silencio al volver a su forma humana.
—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Los cazadores volverán a buscarnos, y probablemente traerán refuerzos.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunté, sintiendo cómo la tensión volvía a apoderarse de mí.

—No mucho —respondió Scott, mirando hacia la entrada. —Si queremos sobrevivir, necesitamos encontrar un lugar seguro. Y rápido.

Derek se enderezó con esfuerzo, su expresión volviendo a ser la de siempre: dura y decidida.
—Conozco un lugar. Pero no será fácil llegar allí.

—¿Dónde? —pregunté, dispuesto a seguirlo a cualquier parte.

—Es una vieja casa que perteneció a mi familia —dijo Derek en voz baja, como si las palabras mismas le resultaran dolorosas. —Está en lo más profundo del bosque. Allí estaremos a salvo... al menos por un tiempo.

Sin más palabras, nos preparamos para dejar la cueva. El peligro seguía acechando, pero había algo en nosotros que había cambiado. Ya no éramos solo tres personas huyendo por nuestras vidas. Éramos algo más: un equipo, una promesa silenciosa de que no nos abandonaríamos.

Derek caminaba delante, liderando el camino con la determinación de alguien que había estado huyendo toda su vida. Yo lo seguí sin dudar. Porque ahora sabía algo que no había entendido antes: No se trataba solo de sobrevivir. Se trataba de estar juntos.

Y no importaba cuán peligroso fuera el camino que nos esperaba. Yo no iba a dejar que Derek se enfrentara a todo esto solo.

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