Refugio en la Tormenta

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El mundo se sentía lejano mientras Derek me llevaba en sus brazos, moviéndose con rapidez y determinación entre los árboles. La herida en mi hombro ardía, pero el dolor era soportable. Lo único que realmente importaba era que Derek estaba conmigo, sujeta mi cuerpo como si nunca fuera a soltarme.

—Aguanta, Stiles. —La voz de Derek era baja pero urgente. Podía notar la preocupación en cada palabra, aunque intentaba ocultarla.

Intenté bromear, porque esa era mi manera de lidiar con las cosas.
—Si querías llevarme en brazos, solo tenías que pedirlo...

Derek dejó escapar un gruñido bajo, pero por un instante vi la sombra de una sonrisa en su rostro.

—Cállate, Stilinski —murmuró, pero sus ojos brillaban con una calidez que nunca antes había visto.

Llegamos a una vieja torre abandonada en lo profundo del bosque. El viento aullaba alrededor de nosotros, pero el interior del refugio estaba protegido de los elementos. Derek me bajó cuidadosamente sobre un viejo sofá, y pude ver la tensión en su rostro mientras revisaba mi herida.

—Estarás bien —dijo, más para sí mismo que para mí. Sus manos, a pesar de ser fuertes y frías, se movían con sorprendente delicadeza mientras limpiaba la sangre.

—¿Siempre eres así de cariñoso con los que rescatas? —bromeé, aunque mi voz era débil.

Derek se detuvo por un momento, y entonces hizo algo que no esperaba: me miró directamente a los ojos, y esa pequeña sonrisa volvió a aparecer.

—Solo con los idiotas que no saben mantenerse lejos del peligro —murmuró, sacudiendo la cabeza con exasperación fingida. Pero había algo más en sus palabras, algo que decía sin decirlo: No quería que me alejara.

Nos quedamos en silencio por un momento, el peso de todo lo que no habíamos dicho colgando en el aire entre nosotros. El viento seguía golpeando la torre desde afuera, pero el interior se sentía casi acogedor, como si esta pequeña burbuja de tiempo y espacio fuera solo nuestra.

—Tengo que preguntarte algo, Derek —dije finalmente, mi voz más suave de lo habitual.

Él levantó la cabeza, sus ojos fijos en los míos, y sentí como si pudiera ver cada parte de mí reflejada en ellos. No había barreras entre nosotros. No en ese momento.

—¿Por qué no me apartaste? —pregunté. —Si todo esto es tan peligroso... ¿Por qué me dejaste quedarme?

Derek exhaló lentamente, como si esa pregunta fuera más difícil de responder de lo que esperaba. Sus ojos se oscurecieron por un momento, llenos de emociones contenidas.

—Porque... —comenzó a decir, pero se interrumpió, como si las palabras fueran demasiado difíciles de pronunciar. —Porque eres lo único que ha hecho que este infierno valga la pena.

Mi corazón se detuvo. Esa confesión, tan simple y devastadora, lo decía todo.

Antes de que pudiera responder, Derek se inclinó hacia mí, y nuestros labios se encontraron de nuevo. El beso fue más suave esta vez, pero igual de intenso, como si cada emoción que habíamos estado reprimiendo finalmente hubiera encontrado su salida.

No había miedo esta vez, solo deseo y certeza. Me aferré a él, sintiendo la frialdad de su piel mezclarse con el calor de mi propio cuerpo. Cada segundo que pasaba con él hacía que el peligro del mundo exterior se desvaneciera, aunque solo fuera por un momento.

Cuando finalmente nos separamos, Derek apoyó su frente contra la mía, respirando profundamente mientras intentaba recuperar la compostura.

—Esto es una locura —murmuró, pero había una suavidad en su voz que nunca antes había escuchado.

—Sí, lo es —susurré, sonriendo contra sus labios. —Pero estamos juntos en esta locura.

Derek dejó escapar una risa baja, una risa real, y por un momento supe que no importaba lo que viniera después. No estaba solo.

El primer rayo de sol se asomó por la ventana rota de la torre, iluminando suavemente nuestros rostros. El peligro seguía ahí fuera, pero ahora teníamos algo más poderoso que el miedo: nos teníamos el uno al otro.

Y eso era suficiente para enfrentar cualquier tormenta que viniera.

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